XXIV FORO HISPANO BRITÁNICO

«Historia de las relaciones hispano-británicas en la Edad Moderna y Contemporánea»


FRANCISCO JAVIER CASTRO-MOLINA


Enfermero de salud mental. Historiador del Arte. Antropólogo.

Escuela de Enfermería de Nuestra Señora de Candelaria (Universidad de La Laguna)

Carretera del Rosario 145, 38010-Santa Cruz de Tenerife (España)

☎︎ 00 34 922 600 606


Resumen

Son muchas las gestas que han pasado a la posteridad, pero son también muchas las que no han tenido el protagonismo conveniente. Esta es la que se produjo el 25 de julio de 1997 en el Puerto y plaza de Santa Cruz de Tenerife, entre el general español Antonio Gutiérrez de Otero y el contraalmirante inglés Horatio Nelson. Los laureles que pretendía recoger la armada inglesa acabaron siendo una corona de espinas por muy diferentes motivos, que, con el devenir de los años han ido recomponiéndose como un puzle que ha dado forma a una de las ‘épicas más interesantes’ de las que se conocen. 

Palabras clave

Antonio Gutiérrez, Horatio Nelson, Santa Cruz de Tenerife.

Abstract

There are many deeds that have passed down to posterity, but there are also many that have not had the proper role. This is the one that took place on July 25, 1997 in the port and plaza of Santa Cruz de Tenerife, between the Spanish general Antonio Gutiérrez de Otero and the English rear admiral Horatio Nelson. The laurels that the English army intended to collect ended up being a crown of thorns for very different reasons, which, with the passing of the years, have been recomposed as a puzzle that has shaped one of the ‘most interesting epics’ of which know.

Keywords

Antonio Gutiérrez, Horatio Nelson, Santa Cruz de Tenerife.

El ‘statu quo’ internacional del siglo XVIII

Dice el escritor John Ruskin que “de la rivalidad no puede salir nada hermoso; y del orgullo nada hermoso”. Mientras la primera marcó la relación de España e Inglaterra desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, la segunda ha estado presente hasta nuestros días. Porque las relaciones hispano-británicas han estado caracterizadas por una rivalidad importante, donde ocasionalmente ha existido un constante reclamo de los ‘mismos territorios’, como podemos ver hoy en día con la ciudad de Gibraltar(1). Y, paralelamente, han existido numerosas alianzas con los rivales de ambos países. Por ello la historia, tanto de Inglaterra como de España, ha estado marcada por esa constante competición por lograr la hegemonía a nivel mundial(2). Pero sí es verdad que uno de los momentos donde se hace más clara está rivalidad es el enfrentamiento que se establece entre Isabel I de Inglaterra y Felipe II de España, materializada en el desastre de la ‘Armada Invencible’, situación que había aumentado la hostilidad considerablemente gracias a los ataques de los presuntos piratas Hawkins y Drake y su constante rapiña a los barcos españoles en el océano Atlántico. Además, hubo un constante ataque tanto a mar abierto como en el interior de algunos puertos, como las Antillas, las islas Azores o cabo San Vicente, con la única finalidad de apoderarse tan solo de los metales preciosos, esclavos y especias procedentes del Nuevo Mundo. Desde 1584 la corona inglesa mostraba ‘poca prudencia e incapacidad para un gobierno lógico’. Se comenzó a perseguir a los católicos, además de ayudar con armas y dinero a Flandes, para favorecer la lucha por su libertad política y religiosa contra el monarca español(3).

El siglo XVIII se vio marcado por una alianza entre Portugal e Inglaterra que marcó su política de lucha contra España. El ‘Pacto de Familia’ entre la corona española y la corona francesa mediatizaron considerablemente tanto los conflictos políticos como militares de ambos países. Con la muerte de Carlos II de España y la posterior sucesión de Felipe V de España, nieto este último de Luis XIV de Francia, se planteó en Europa la posibilidad de que ambos países se unieran en una única potencia, cuyo magnífico poder amenazaría a los restantes países del entorno(4). 

Descontento con las cesiones territoriales hechas por la ‘Paz de Utrecht’, el monarca Felipe V ordenó la ocupación de Cerdeña y Sicilia. Esta situación llevó a que en 1718 diera comienzo la ‘Guerra de la Cuádruple Alianza’ que finalizó dos años después con la firma del ‘Tratado de La Haya’(5). Pero la situación no se calmó. En 1727, Inglaterra y España entran en conflicto nuevamente con el objetivo fallido de recuperar Gibraltar: la ‘Guerra anglo-española’ (1727-1729)(6). En 1739 estallaría en las colonias americanas la ‘Guerra del Asiento’, en 1740 se enfrentaría en la ‘Guerra de Sucesión Austriaca’ que finalizaría en 1748 con la firma del ‘Tratado de Aquisgrán’ y en 1761 la ‘Guerra de los Siete Años’(5) (7). Con la ‘Guerra anglo-española’ (1779-1783) Ambas potencias se enfrentaron dentro del marco de lo que fue la ‘Guerra de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica’. La Revolución francesa obligó a realizar una primera coalición una alianza de varios países europeos entre los que encontrábamos tanto a España como al Reino Unido. El peligro que suponía Francia obligó a que Manuel Godoy firmara la ‘Paz de Basilea’ en 1795 y en ‘Tratado de San Idelfonso’ en 1796, aliándose así españoles y franceses contra terceros países. El pacto firmado en la ‘Paz de Amiens’ en 1802 duró solo dos años tras el ataque británico a barcos españoles durante la ‘Batalla del Cabo de Santa María’, preámbulo de la ‘Batalla de Trafalgar’ en la que la coalición hispanofrancesa perdió ante Suecia, Nápoles, Rusia, Austria y el Reino Unido(5) (7).

Las Islas Afortunadas: un ‘oasis atlántico’

Las Islas Canarias han estado presentes en la mitología clásica desde sus primeros momentos. Una isla es un lugar propicio para situar algún tipo de fenómeno o para el desarrollo de exótico y lo milagroso. Hasta el descubrimiento de continente americano por los españoles, Canarias era el extremo occidental del mundo conocido. Es sabido la proliferación de pueblos y hechos fabulosos que se situaban en estos extremos. En estas tierras del mito tanto la Naturaleza como sus habitantes están en armonía, respondiendo la generosidad de la tierra a la virtud y la felicidad de los hombres. A ello se le unía el aislamiento: la mayor parte de estos parajes se ubican en los confines del mundo, al borde mismo del río Océano que para los antiguos rodeaba el disco terrestre, siendo por naturaleza limítrofes del reino de los muertos(8). Con Alejandro Magno el conocimiento geográfico aumentó gracias al contacto mantenido con pueblos y lugares lejanos a los que se les atribuían costumbres exóticas y extrañas, ricos en ‘historias más fantásticas’. El resultado de todo ello fue el nacimiento de la paradoxografía, es decir, una literatura pseudo-histórica y popular, que cubrieron el interés de los antiguos griegos por los eventos y hechos extraordinarios(8).

Las Islas Canarias tuvieron algunas denominaciones que nos han llegado hasta nuestros días de mano de griegos y romanos: ‘Campos Elíseos’, ‘Islas de los Bienaventurados’, ‘Jardín de las Hespérides’, la ‘Atlántida’ o la de ‘Islas Afortunadas’ otorgado por Plinio el Viejo(9) (10). Pero Canarias en si, se han beneficiado de numerosos mitos por su condición de islas, por su situación extrema y condiciones climáticas extraordinarias. Al lado del mito y la escatología, habría que añadir concepciones filosóficas que pretendieron la búsqueda del gobierno ideal y que se bautizaron más tarde con el nombre de ‘utopía’(11) (12). 

En lo referente al periodo precolonial, las Islas que conquistaron los castellanos en el siglo XVI estaban pobladas por los guanches: primeros habitantes que étnica y culturalmente estaban relacionados con los bereberes del norte de África. Su economía estaba basada en la ganadería y la agricultura de cereales que permitía su subsistencia y una religión politeísta con un marcado culto astral como se ha descubierto recientemente(13). Es durante el siglo XIV cuando se produce un nuevo redescubrimiento de las Islas por parte de portugueses, mallorquines y genoveses. De estos últimos destacó Lancelloto Malocello quien desembarcó en 1312 en la isla de Lanzarote haciendo así consciente nuevamente a Europa de la existencia de las míticas Canarias(14). Años más tarde, los reyes de Castilla mostraron interés por estas tierras, quienes interceden ante el papa Clemente VI para nombrar al Infante Don Luis de la Cerda monarca del ‘Principado de la Fortuna’ en 1355(15). En 1402 dio comienzo la conquista de esta la isla de Lanzarote por Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle con la intención de poner en funcionamiento una explotación de orchilla. Esto llevó a que paulatinamente el resto de las islas de señorío (Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro) fueran conquistadas para posteriormente concluir con el dominio, por parte del rey de Castilla, de las denominadas de realengo (Gran Canaria, La Palma y Tenerife)(13) (16). Estás últimas islas, pasaron a formar parte de Castilla gracias al conquistador Alonso Fernández de Lugo. Mientras que solo colaboró en la de Gran Canaria, La Palma y Tenerife fue él el líder, siendo nombrado por ello ‘Adelantado’. Tanto el ‘Tribunal del Apelación’ con domicilio en Gran Canaria como los Cabildos fueron las primeras formas de gobierno de las Islas hasta 1625 en el que se nombra el primer capitán general, Don Francisco de Andía Irarrazábal y Zárate, I Marqués de Valparaíso, puesto que ocupará el comandante general de las Islas Canarias y teniente general de los Reales Ejércitos, Don Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana, a finales del siglo XVIII(17) (18). 

Canarias, en concreto la isla de La Gomera, fue la última trozo de tierra castellana que la expedición de Cristóbal Colón pisara antes de su gran descubrimiento, que supuso un momento de convulsión a una sociedad que desconocía la existencia del continente americano. Así, las Islas se convirtieron en un ‘punto de unión fundamental’, que despedía a los que partían y recibía a los que regresaban del ‘Nuevo Mundo’, logrando que sus puertos fueran nudos comerciales entre las dos orillas del Atlántico(17) (19) (20). Aunque las Islas tuvieron la gracia de ser excepción al monopolio que la Corona con América mediante la Casa de Contratación de Sevilla(21) (17), en contraposición constituyó un ‘enjambre de corsarios y piratas’ que asolaban sus ciudades costeras con un solo objetivo, un suntuoso botín que sucedieron desde el siglo XVI hasta el 25 de julio de 1797, momento en el que el contraalmirante Horatio Nelson encuentra la derrota en el puerto y plaza de Santa Cruz de Santiago de Tenerife(22) (23).

La ‘letal gesta’ hispano-británica: Gutiérrez contra Nelson

La rivalidad entre potencias por lograr un máximo dominio geopolítico fue uno de los motivantes de la aparición de la piratería. El otro fue la explotación del nuevo continente recientemente descubierto. Así, las islas portuguesas de Madeira y Azores, y las castellanas Islas Canarias, fundamentales en el comercio con América y Asia, adquirieron un destacado interés para corsarios y piratas holandeses, berberiscos, franceses o ingleses(24) (23). Desde los primeros momentos del dominio castellano, y durante el reinado de Juana I de Castilla, los berberiscos arrasaban los poblados guanches con la finalidad de capturar esclavos como respuesta a las ‘cabalgadas del norte de África’. Con los ‘Austrias mayores’ no ocurrió igual. Mientras que en el reinado de Carlos I de España fueron frecuentes los ataques de piratas franceses, en el reinado de su hijo, Felipe II de España, los piratas ingleses no dieron tregua a las ciudades costeras principales de las Islas Canarias(25) (23). 

El siglo XVII se caracterizó por ‘numerosos acontecimientos’ provocados por piratas y corsarios franceses y flamencos que obligaron a los ingenieros militares de la Corona reestructurar los sistemas defensivos y militares de los lugares estratégicos y defensivos, como de las ciudades más importantes. No debemos olvidar que mientras las islas mayores estaban considerablemente preparadas para soportar ataques de este tipo, las islas menores carecían de los sistemas que las hicieran resistir(23) (26). A diferencia, el siglo XVIII estuvo protagonizado por los ataques de corsarios y piratas ingleses con dos claros objetivos: ocupar las islas y obtener el mayor botín(27) (24). Las islas de realengo fueron siempre el principal objetivo. Mientras Gran Canaria sufrió el horrible ataque de holandés Pieter van der Does (1599), La Palma, fue arrasada en dos ocasiones, la primera por el francés François Le Clerc, también llamado ‘Pata de palo’ (1553) y la segunda por el inglés Francis Drake (1585), entre otras muchas. Tenerife y su puerto no quedaron al margen de ello, convirtiéndose en el principal objeto de los ingleses. El puerto de Santa Cruz de Tenerife no quedó ajeno a ellos, al alojar en él el máximo poder de la Corona española, lo que la hacía ‘llave para el dominio del resto del archipiélago’(20). 

Desde el siglo XVII, el puerto de Santa Cruz de Tenerife (cuya función era la de ser puerto de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, alejada para evitar ataques de piratas y corsarios) sufrió numerosos ataques de piratas y corsarios ingleses. Destacan 3 que fueron repelidas: la del almirante Robert Blake y el contraalmirante Richard Stayner en 1657, que se enfrentó con el general Diego de Egües y Beaumont y su segundo José Centeno; la del contraalmirante John Jennings que se enfrentó al comandante José de Ayala y Rojas en 1706; y la del contraalmirante Horatio Nelson quien enfrentó en 1797 contra el comandante general de las Islas Canarias y teniente general Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana(28) (23). 

Este último, el ataque producido entre el 22 y el 25 de julio de 1797. Para lograr su meta, el ‘mítico contraalmirante’ se acercó a las Islas con una flota de considerable tamaño: el ‘HMS Theseus’, el ‘HMS Zealous’ y el ‘HSM Culloden’ que contaban cada uno con unos 74 cañones; el ‘HMS Leander’ con 50 cañones, las fragatas ‘HMS Emerald’, la ‘HMS Seahorse’ y la ‘HMS Terpsichore’, con 36, 38, 32; y el ‘cutter HMS Fox’ y la ‘bombardera Rayo’. A ello se unía un total de 900 hombre aproximadamente, como tropa de desembarco que debía hacerse con los puntos estratégicos de la ciudad(23) (28). En contraposición, el general Gutiérrez contaba tan solo con milicias isleñas poco adiestradas en las labores militares y un ‘ejercito doméstico’ que contaba con 17 fuertes con artillería en altura y en el borde de la costa. A ello se unía unas 800 millas hasta la metrópolis más cercana, y un mar lleno de buques británicos que, en cualquier momento, podían interceptar el ‘auxilio’(29) (30). 

Los británicos son derrotados en Tenerife. Óleo de Esteban Arriaga (1995-1997).

El amago de toma de Santa Cruz de Tenerife pasó de las dos fases que había programado Horatio Nelson a tres intentos sin éxito alguno. La primera fase programada comenzaba con el desembarco en la cercana playa de Valleseco (dos millas al nordeste) para continuar hasta el montículo Altura y, así, sorprender por la retaguardia al castillo de Paso Alto. Con ello, se podía, fácilmente, negociar con el General Gutiérrez la rendición de la ciudad. Si no se conseguía la rendición, se pasaba a la segunda fase: un envío masivo de tropa que desembarcaría en toda la ciudad y la tomarían junto con los ya victoriosos de Paso Alto(29). Aunque se siguieron según las indicaciones del contraalmirante, la falta de ‘vientos favorables’ y el encuentro casual con unas aguadoras procedentes del pueblo costero de San Andrés que descubrieron el intento, alertando a la guarnición de Paso Alto, abortaron este inicial intento ocurrido en la madrugada del 22 de julio. Por segunda vez, se buscó el mismo desembarco a las 10 horas del mismo día. El fuego cruzado de unos soldados consciente del ataque, la falta de apoyo naval con cañones y el refuerzo de la guarnición ordenado por el general Gutiérrez no dejó que lograran su objetivo, teniendo que retirarse el 23(23) (29). Juan de Villanueva realiza la siguiente descripción de los hechos: “Ahora, formados en la plaza 158 hombres del Batallón (de los 247 que lo componían, 9 habían caído y 60 fueron destinados a reforzar la guardia del castillo de San Cristóbal, que hasta ese momento contaba solo con 20, y a cubrir el muelle), el comandante general, ya entusiasmado al contar con su mejor unidad, decide una estrategia magistral, a tenor de la información que acaba de recibir de la dispersión de los británicos, en su mayoría en la extensión rectangular que abarca del barranco de Santos a la plaza de la Pila, y desde la calle de la Caleta a la zona de la plaza y el convento de Santo Domingo. Así que divide a los de Infantería en cuatro destacamentos, dos de 40 y dos de 39 hombres, a los que se unen un grupo de milicianos, con repuesto de munición y tres violentos (cañón de campaña de a 4), con el fin de ir a la caza del invasor, en dirección al barrio del Cabo, hasta lograr acorralarlo. Uno se introduce por la calle San Pedro Alcántara; un segundo entra en la calle de Las Tiendas; el tercero lo hace por la de Los Malteses; y el cuarto toma camino por la calle de la Caleta. Enseguida, los británicos se ven sorprendidos por el ímpetu de los isleños. Se hace fuego sobre ellos desde las esquinas, son abatidos; también se establece lucha a bayoneta calada, a sablazos, cuerpo a cuerpo, brutal, sangrienta, y el enemigo, en la retirada, sufre el mayor número de bajas”(31).

Momento del hundimiento del cutter Fox. Óleo de Esteban Arriaga (1995-1997).

A partir de ahora la estrategia cambió. Tanto Antonio Gutiérrez como Horatio Nelson buscaron una nueva forma de lograr el éxito. Mientras los españoles concentraron todo su destacamento en las fortificaciones de la ciudad y del puerto, los ingleses levantaron anclas y se alejaron de la costa con una sola intención: atacar frontalmente la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, desembarcando en el muelle al frente de sus hombres. Su intención era conquistar el Castillo de San Cristóbal, además, de desplegarse en la plaza de la Pila para dominar la ciudad(29) (32). Pero ¿por qué Nelson intenta conquistar Santa Cruz de Tenerife? Existes dos posturas: una que cree que Nelson solo buscaba botín, defendida por José Manuel Padilla: “El sargento inglés transmitió al general lo que le había encargado su jefe, exigían: la rendición de la plaza y que se les entregase el dinero del Rey y el cargamento de la fragata de Filipinas que se encontraba en el puerto y no tocarían a las personas, ni los bienes de los vecinos pero que de lo contrario pondrían fuego a la plaza y el vecindario sería pasado a filo de espada”(33); o dominar la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, logrando así dañar las rutas comerciales del ya caduco imperio de ultramar español(29) (32) (23).

Nelson herido en Tenerife, 24 de julio de 1797. Óleo de Ricard Westall (1806).

Para el desembarco de primera hora del 25 de julio se optó por 6 grupos en lanchas con 700 hombres. Ayudados por una visibilidad escasa, un silencio completo y de lonas que cubrían cada una de las lanchas intentaron llegar al muelle. Pero la fragata española ‘San José’ los descubrió y dio alarma. En pocos minutos, la red de fortificaciones conocía los movimientos de los ingleses, iniciándose fuego contra los invasores. Solo 5 lanchas lograron su fin, las otras chocaron con las rocas. Entre las que tocaron tierra estaba la que llevaba al contraalmirante, pero antes de su llegada recibió un impacto procedente del cañón Tigre disparado por el teniente de las Milicias de Artillería Francisco Grandi Giraud desde la batería de Santo Domingo(34). Las otras barcas, arrastradas por el mar, acabaron en el sur de la ciudad en la playa de la Caleta y en la playa de Carnicerías(34) (29). Mientras los primeros se dirigieron hacia la plaza de la Pila donde fueron capturados 5 ingleses por el teniente Vicente Siera, los segundos avanzaron por las calles de la ciudad par llega a la plaza de Santo Domingo, refugiándose en el convento. Esta nueva situación esperanzó al general Gutiérrez quien por un momento daba por perdida la batalla y pensó en la rendición, como describe Domingo Vicente Marrero, alcalde real de Santa Cruz de Tenerife: “A nuestro digno jefe ante expresiones tales se le atenúa su valeroso espíritu, titubea, y se entrega a la melancolía, quiere responder y no sabe qué, sus laterales cubren sus cabezas con la mano en la mejilla, ya se consideran súbditos del inglés”(33).

Capitulación inglesa en Santa Cruz de Tenerife. Óleo de Nicolás Alfaro y Brieva (1848)

Nuevamente el ánimo regresó a los españoles. El general Gutiérrez movió pieza en el tablero de ajedrez: ocupó completamente el muelle para abortar cualquier refuerzo inglés y rodeó el convento de Santo Domingo. El bloqueo no permitió al contraalmirante a ayudar a sus hombres lo que obligó a la rendición inglesa. Trowbrigde y Gutiérrez negociaron la salvación de la vida de sus hombres y una capitulación honrosa que no gustó nada al monarca español Carlos IV, como recoge Juan Villabuena: “Don Juan Manuel Álvarez, ministro de la Guerra, en nombre de S.M. Carlos IV, reclamará razones al comandante general sobre por qué capituló con los comandantes británicos, en vez de embarazar y perseguir a sus tropas durante el reembarco. Gutiérrez contestaría con sobradas razones, que el ministro no sólo aceptó, sino que festejó, pues eran estas poderosas”(31). El texto de éstas recogía textualmente: “Las Tropas pertenecientes a S.M. Británica serán embarcadas con todas sus armas de toda especie, y llevarán sus botes si se han salvado, y se les franquearán los demás que se necesiten, en consideración de lo cual se obligan por su parte a que no molestarán al pueblo de modo alguno los navíos de la Escuadra Británica que están delante de él, ni a ninguna de las Islas en las Canarias, y los prisioneros se devolverán de ambas partes”(31). Una vez firmada la rendición el día de la festividad del patrón de España, Santiago apóstol, los más de 300 ingleses que estaban en Santo Domingo desfilaron hacia la plaza de la Pila, con la intención de desfilar ante los españoles y reembarcaron en embarcaciones inglesas y algunas españolas(29) (23) (31). Los heridos y la tropa fueron atendidos, lo que Nelson agradeció y se lo hizo llegar al general Gutiérrez en el que es el primer documento que firma con mano izquierda: «No puedo separarme de esta isla sin dar a V.E. las más sinceras gracias por su fina atención para conmigo, y por la humanidad que ha manifestado con los heridos nuestros que estuvieron en su poder, o bajo su cuidado, y por la generosidad que tuvo con todos los que desembarcaron, lo que no dejaré de hacer presente a mi Soberano, y espero con el tiempo poder asegurar a V.E. personalmente cuanto soy de V.E» enviando junto a la carta un barril de cerveza inglesa y un queso. Su homólogo español, en un acto de hidalguía respondió a su carta con estas palabras: «Muy Señor mío, de mi mayor atención: Con mucho gusto he recibido la muy apreciable de V.S. efecto de su generosidad y buen modo de pensar, pues de mi parte considero que ningún lauro merece el hombre que sólo cumple con lo que la humanidad le dicta, y esto se reduce lo que yo he hecho para con los heridos y para los que desembarcaron, a quienes debo considerar como hermanos desde el instante que concluió el combate. Si en el estado a que ha conducido a V.S. la siempre incierta suerte de la Guerra, pudiese yo, o cualquiera de los efectos que esta Ysla produce, serle de alguna utilidad o alivio, ésta sería para mí una verdadera complacencia, y espero admirará V.S. un par de limetones de vino, que creo no sea de lo peor que produce. Sérame de mucha satisfacción tratar personalmente quando las circunstancias lo permitan, a un sugeto de tan dignas y recomendables prendas como V.S. manifiesta, y entre tanto ruego a Dios guarde su vida por largos y felices años» (31).

Así, Santa Cruz de Tenerife, con este tercer y último ‘ataque fallido británico’, colocó en su escudo la tercera cabeza de ‘león heráldico pasante’ tomada del inglés y como recuerdo de la derrota del inglés ante el español y del pacto que entre caballeros se firmó en medio del Atlántico.


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ILUSTRACIONES

Ilustración 1: Los británicos son derrotados en Tenerife. Óleo de Esteban Arriaga (1995-1997).

Ilustración 2: Momento del hundimiento del cutter Fox. Óleo de Esteban Arriaga (1995-1997).

Ilustración 3: Nelson herido en Tenerife, 24 de julio de 1797. Óleo de Ricard Westall (1806).

Ilustración 4: Capitulación inglesa en Santa Cruz de Tenerife. Óleo de Nicolás Alfaro y Brieva (1848)