El 25 de julio tiene gran significado espiritual e histórico en España

En lo espiritual, la tradición le atribuye la evangelización del territorio que en aquellos tiempos del siglo I era la Hispania romana, caracterizada, entre otras cosas, por encontrarse en ella el finis terrae. En lo histórico, su presencia nos remite al período que conocemos como Reconquista, en concreto, a los momentos y lugares donde se libraban batallas decisivas y emblemáticas: Clavijo, Coimbra, las Navas de Tolosa y otras muchas que iban poco a poco configurando la identidad de España. En ambos casos, el apóstol Santiago nos ha ofrecido a los españoles unidad de religión y unidad del reino, hasta tal punto que el historiador Américo Castro afirma en su libro La realidad histórica de España que “la devoción al apóstol Santiago conformó el ser de los españoles”.

Fachada del Obradoiro Catedral de Santiago de Compostela

Esa unidad en lo religioso y lo histórico es lo que llevó a los reyes astures primero, más tarde a los castellano-leoneses y, finalmente, a los reyes de España, a proclamar a Santiago como patrón y guía de sus reinos. Fernando III el Santo atribuye la conquista de Sevilla a Dios, a la Virgen María y a Santiago, de quien dice: “Cuyo alférez nos somos e cuya enseña traemos, e a que nos ayuda siempre a vencer”; y los reyes Isabel y Fernando lo llamaban “Luz y patrón de las Españas, espejo y guiador de los reyes”.

web ➡️ Catedral de Santiago

El patronazgo de Santiago

El primer testimonio que conocemos en el que Santiago es invocado como patrono se debe al monje Beato de Liébana, cuya fama le viene por ser el autor del Comentario al Apocalipsis de San Juan, más conocido como el Beato de Liébana. A él se le atribuye también el himno en honor al apóstol, O Dei Verbum, que así se conoce por las palabras que inician la composición, escrita años antes de que se descubriera en tierras gallegas el supuesto cuerpo de Santiago el Mayor.

Al monje Beato lo vamos a encontrar en la segunda mitad del siglo VIII en tierras cántabras, en concreto, en el monasterio visigodo de San Martín de Turieno –en el siglo XII cambiará su nombre por el de Santo Toribio de Liébana– cuando en la corte asturiana reina Mauregato, a quien se le inculpa haber aceptado pagar a los infieles del sur el infame tributo anual de cien hermosas doncellas del reino. Necesitado estaba, por tanto, el rey, no solo de la ayuda terrenal sino también de la celestial, pues a la amenaza del sur se le unía la de su propia corte.

El himno es una oración para la liturgia del santo en doce estrofas, escrito entre los años 783 y 788 y dedicado al rey Mauregato, tal y como se puede leer en el acróstico formado por las iniciales de cada verso: “¡Oh rey de reyes, escucha al rey Mauregato y muéstrate generoso con él como puede esperarse de tu bondad!”. Lo importante del himno, en el caso que nos ocupa, no es la intencionalidad política del monje al legitimar la corona de Mauregato, sino las referencias a Santiago, donde afirma primero que vino a Hispaniam: “Quedan los grandes hijos del Trueno / que, a ruegos de su generosa madre / han conseguido con razón el honor supremo / de regir Juan sólo toda Asia / y su hermano apoderarse de España”, para posteriormente invocarlo como patrono y protector de los cristianos frente a los infieles:

¡Oh apóstol santísimo y digno de alabanza,
cabeza refulgente y dorada de España,
defensor nuestro y patrono nacional
sé nuestra salvación celeste contra la peste
y aleja de nosotros toda enfermedad, llaga y maldad!

Santiago en la poesía y la literatura

El historiador Claudio Sánchez-Albornoz no tiene dudas sobre la influencia del apóstol en el período medieval: “Es indudable que el culto a Santiago fue una fuerza poderosa galvanizadora de la resistencia de la cristiandad del Noroeste hispano frente al islam, del siglo IX al XII”. Una influencia que ha quedado reflejada en nuestro romancero. En el Poema de Fernán González: “Ahí será el apóstol, Santiago llamado / Enviar ha don Cristo valer a su criado / Será con tal ayuda Almozorre embargado” y en el Cantar de Mío Cid: “Tantos pendones blancos salir bermejos en sangre / Tantos buenos caballos sin sus dueños andar / Los moros llaman: ¡Mafomat! / Y los cristianos: ¡Sant Yaguo!”.

Al grito de “¡Santiago y cierra España!” los cristianos ganaban batallas y bendecían al Cielo. Grito que algunos no llegaban a entender, lo que llevó a Miguel de Cervantes a dar una explicación por boca de don Quijote. En la escena intervienen unos labriegos que muestran al caballero y a su escudero una imagen de Santiago, tras lo cual se produce el siguiente diálogo, que abre Sancho:

«… querría que vuestra merced me dijese qué es la causa por que dicen los españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel san Diego Matamoros: «¡Santiago, y cierra, España!» ¿Está por ventura España abierta, y de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es ésta?

Simplicísimo eres, Sancho –respondió don Quijote–; y mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido; y así, le invocan y llaman como a defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto visiblemente en ellas, derribando, atropellando, destruyendo y matando los agarenos escuadrones; y desta verdad te pudiera traer muchos ejemplos que en las verdaderas historias españolas se cuentan».

Teresa de Jesús, copatrona de España

No sabía Cervantes que, unos años más tarde, los asuntos del patrón se iban a complicar. En 1617, a instancias de los carmelitas descalzos, las Cortes de Castilla proclaman a la que entonces era beata Teresa de Jesús, patrona de España, decisión que fue ratificada al año siguiente por el rey Felipe III mediante un decreto. La medida encontró la firme resistencia de los partidarios de Santiago, como la Iglesia compostelana, que argumentaba lo absurdo de que alguien que no era santa fuese titular de semejante dignidad y, para no avivar más la polémica, a los pocos meses el rey revocaba la decisión.

Una vez que Teresa de Jesús es canonizada en 1622, el entonces rey Felipe IV vuelve a insistir en el nombramiento y consigue, en 1627, del papa Urbano VIII un breve en el que se proclama a “la dicha santa Teresa por Patrona… sin perjuicio o innovación alguna del Patronato de Santiago Apóstol en todos los reinos de España”. De nuevo volvió la polémica, que alcanzó su punto más álgido cuando interviene el insigne Francisco de Quevedo, a la sazón cristiano viejo y caballero de la Orden de Santiago, que empleó lo mejor de su literatura para escribir dos obras sobre el tema: Memorial por el patronato de Santiago y Su espada por Santiago, donde no duda en atacar unas veces a la santa, mujer, decía él, que procedía de cristianos nuevos y conversos del judaísmo, y otras a la sinrazón de quienes la apoyaban. La situación llegó a ser tan tensa que el pontífice hubo de revocar el nombramiento en 1630.

Hubo un tercer intento, que tuvo lugar en las Cortes de Cádiz de 1812. A instancias de un diputado de Guatemala, y también de los carmelitas de Cádiz, las Cortes aprobaron que Teresa de Jesús se uniera al patronazgo de Santiago sobre las Españas. Curiosas discusiones mantuvieron los diputados, pues la santa reformadora era la abanderada de los liberales, mientras que el apóstol Santiago lo era de los conservadores. Finalmente, la santa ganó, aunque su triunfo duró lo que la Guerra de la Independencia, pues llegado al trono Fernando VII, este volvió a designar a Santiago como único patrón de España.

La onomástica de…

El nombre de Santiago tiene una larga trayectoria que deriva en numerosos nombres, algunos muy comunes en España: Jacobo, Jacob, Yago, Iago, Jaime, Tiago, Santiago o Diego. En el primigenio latín eclesiástico se le nombraba como Sanctum Iacobum, que evolucionaría en el latín vulgar hacia Sanctu Iacobu para, posteriormente, al contacto con las lenguas peninsulares prerromanas, acabar en Sanctu Iagobu. Los visigodos lo transformaron en Sancti Iagoo y, poco después, se conocería como Sancti Yago, sin que esto signifique que se usasen otras variedades, como se puede observar en la obra de Gonzalo de Berceo Milagros de Nuestra Señora, escrita en el siglo XIII. Berceo dedica el milagro VIII a “El romero engañado por el enemigo malo” y en él se refiere al apóstol como Iácobo, Sanctiago y Iago, mostrando en unas pocas líneas doce siglos de evolución lingüística romance que dependía no solo de variedades geográficas, sino también de diversos usos fonéticos, morfológicos y sintácticos.

De todos ellos, Jacobo es el más culto, latinista y próximo a su origen hebreo (Ya’akov, que significa, según la etimología popular bíblica, ‘sostenido por el talón’), mientras que Jaime es una variante de Iacobus, que dio origen a James en el francés antiguo. En el caso de Diego, su origen está en el pueblo llano cuando sustituía el “Santi Yago” por el “Dominus Jacobus” (Señor Jacobo), que derivó poco a poco en “Didacus”, para finalmente terminar en Diego. Para todos quienes llevan estos tan estimados nombres, nuestra felicitación por la onomástica que el 25 de julio celebran.

web ➡️ eldebatedehoy.es Juan Caamaño