Director musical: Ivor Bolton ▪︎ Directora de escena: Deborah Warner ▪︎ Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
JEAN VALJEAN
20 abril , 2021
Una producción sobresaliente y escénicamente potentísima. En mucho tiempo no se había visto al público puesto en pie aplaudiendo a rabiar, sin una sola discordancia.
Desde que llegó Joan Matabosch al Teatro Real, el coliseo madrileño ha iniciado una relación estrecha y muy fructífera con Benjamin Britten. Se nota que el compositor inglés está cercano al gusto del director artístico y gracias a este cariño se han estrenado buena parte del corpus britteniano, con muy buena facturación, repartos y en general grandes éxitos en la historia del Teatro Real.
Vimos una inolvidable Muerte en Venecia y todavía están frescos los premios y reconocimientos que recibió el Teatro Real por Billy Budd. Aquella experiencia dejó tan buen sabor de boca que el equipo del Real ha vuelto a unirse a la Ópera de París alrededor del que es probablemente el título más reconocido del compositor inglés, y al proyecto se han sumado en esta ocasión la Royal Ópera House y la Ópera de Roma. Cuatro casas de primer orden para un título imprescindible que no me cabe duda que volverá a ser reconocido y premiado.
La producción es sobresaliente, no hay nada que no esté a un nivel enorme, desde una magnífica dirección escénica de Deborah Warner, un sobrecogedor Ivor Bolton y un reparto impecable que canta excelentemente bien y que interpretan de manera superlativa.
Britten fue la espina que se sacó el Reino Unido tras siglos de insignificancia musical en el panorama compositivo. Tras Purcell, el primer músico que traspasó las fronteras inglesas como uno de los mejores y más reconocidos compositores barrocos en Europa, y con permiso del alemán Handel que hizo una muy legendaria carrera bajo los reinados de Jorge I y Jorge II durante la primera mitad del siglo XVIII, en Gran Bretaña el panorama compositivo era desolador.
El libreto es una maravilla teatral e incluso sin la música de Britten funcionaría como una estupenda obra. Con Britten alcanza cotas de obra maestra.
Desde mediados del siglo XVIII hasta la llegada de Britten, la ópera era básicamente italiana y los compositores domésticos como Holst, Elgar o Vaughan Williams eran más conocidos dentro de su país y por sus composiciones sinfónicas que estrellas internacionales. Francia, Alemania, Austria o Italia durante la misma época gozaron de una lista generosa de autores que en esos dos siglos pasaron al olimpo compositivo pero Gran Bretaña fue un desierto, a pesar de la enorme afición a la música que siempre gozaron los ingleses. Pero entonces llegó Britten. Y Peter Grimes.
Peter Grimes es sin duda uno de los títulos más reseñables de la historia de la ópera, piedra angular de la música contemporánea y una extraordinaria obra teatral. Aunque ya había cosechado algún éxito antes de irse a California por tres años, con Peter Grimes se convierte Britten en el orgullo patrio.
Su música responde a la necesidad, nada más terminar la II Guerra Mundial, de pasar página, abrazar un estilo distinto, contemporáneo, nuevo pero con armonías que mantienen su clasicismo, una partitura extremadamente rica y muy expresiva.
En Peter Grimes «olemos» el mar, sentimos la claustrofobia de un pueblo mísero ahogado en sí mismo, la extenuación sicológica del protagonista y todo con un extenso cromatismo que en alguna ocasión se ve sorprendido por melodías populares, un guiño al folclore reinvindicado desde finales del siglo XIX por compositores europeos.
Escénicamente es una potentísima obra, dura sin concesiones y con muchas capas bajo las que se adivinan la vivencia personal del compositor y su pareja, el tenor Peter Pears, en la sociedad inglesa donde en la época del estreno aún la homosexualidad era delito. El libreto es una maravilla teatral e incluso sin la música de Britten funcionaría como una estupenda obra de teatro. Con Britten alcanza cotas de obra maestra.
El trabajo de Warner es de una inteligencia brutal, con una lectura asfixiante de la trama, con un profundo trabajo personaje a personaje, no queda nada al azar.
Para esta producción el Teatro Real ha confiado la mayor parte de los protagonistas a ingleses con excepción de la soprano (sueca). Y se nota la complicidad de todos con la partitura y la obra, y la dicción tan magnífica que lucen todos. Ivon Bolton en el foso está inmenso, profundo conocedor de la música de Britten, mantiene una pulsión dramática durante toda la función de una tensión agotadora, meticuloso, hace respirar a la orquesta de una manera increíble, matizando, cambiando de registros de una nota a otra para crear un clima acumulativo que desborda en el último cuadro.
Extraordinaria la Orquesta del Teatro Real. Magníficos los seis interludios, pequeñas piezas sinfónicas interpretadas con una calidad apabullante.
Deborah Warner y su equipo han conseguido lo que en mucho tiempo no había visto uno en el Teatro Real: el público puesto en pie aplaudiendo a rabiar la producción, sin una sola discordancia. Imposible que la haya. El trabajo de Warner es de una inteligencia brutal, con una lectura asfixiante de la trama, con un profundo trabajo personaje a personaje, no queda nada al azar.
Hay mucho talento en toda la función pero algunos momentos son realmente un hallazgo: la escena de la taberna, muy bien resuelta en ese abigarrado espacio, o el arranque del tercer acto, un hito escénico de lo mejor que ha visto uno en el Teatro Real en mucho tiempo, o los segundos fnales de la función, ya con las últimas notas en las que -no haré spoiler- te quedas sin aliento por la solución final.
Además, el trabajo de Warner con el coro es extraordinario. Se nota cuando hay un gran regista por el tratamiento escénico que hace del coro: los malos, lo dejan empaquetado a los lados o al fondo sin saber muy bien qué hacer con él. Warner no, Warner lo maneja con ductilidad, talento y maestría, desde el impresionante arranque inicial a las grandes escenas corales.
Clayton crea un Peter Grimes atormentado, duro, confuso y al final, vencido y derrotado. La última escena del tercer acto, en el aria final de Grimes, Clayton toca el cielo
El coro de Peter Grimes es, en el fondo, el protagonista absoluto: esa masa enfurecida, aborregada, manejada fácilmente en su acoso al pescador o en el secuestro del sentido común que acaba saliéndose con la suya: lleva al atormentado Grimes a suicidarse ante el acoso constante, la amenazante persecución durante buena parte de la función. El Coro del Teatro Real en este Peter Grimes está a un nivel estratosférico. ¡Qué gran trabajo ha hecho Andrés Máspero!
El reparto, básicamente ingleses, está a un enorme nivel. Todos los cantantes están sobresalientes pero sin duda la sueca Maria Bengtsson como Ellen y Allan Clayton como Peter Grimes se llevan la palma. Bengtsson tiene una voz preciosa que transmite y corre y suena muy armónica y rica en colores, excelente en la zona alta y con una gran vis teatral.
Clayton arranca con una bonita voz que al comienzo choca con la dureza del personaje pero crea un Peter Grimes atormentado, duro, confuso y al final, vencido y derrotado. La última escena del tercer acto, en el aria final de Grimes, Clayton toca el cielo: no solo posee una gran voz que maneja con mucha inteligencia sino que hace una recreación de los últimos momentos del personaje escalofriante.
Literalmente, el Teatro Real fue secuestrado por esos últimos minutos de este gran tenor. Verle cantar e interpretar en ese final te deja sin respiración. Más que merecidos los enormes aplausos y bravos para la pareja protagonista.
El Teatro Real de Madrid estrena la ópera ‘Peter Grimes’, de Benjamin Britten