¿Por qué odian esta ‘modesta casa’ los primeros ministros británicos?


ISRAEL VIANA


Madrid Actualizado: 04/05/2021

La revista ‘Blanco y Negro’ publicaba un extenso reportaje en 1974, revelando todos los pormenores, muertes y amenazas de derribo que han rodeado a la residencia oficial de los gobernantes británicos construida por un espía en la primera mitad del siglo XVII

Si las paredes del número 10 de la calle Downing Street, en Londres, pudiesen hablar, probablemente cambiaría el relato que nos han contado los libros de historia sobre algunos de los episodios más importantes de los últimos dos siglos y medio. «Los servicios de inteligencia británicos, sin embargo, han tomado sus medidas para que eso no ocurra: todas las ventanas y las puertas son dobles, para impedir que los curiosos puedan escuchar, y al final de cada sesión se queman incluso los pedazos de papel más pequeños, mientras que los resúmenes taquigráficos se imprimen en una imprenta subterránea. Y cada mañana, los agentes comprueban si han sido instalados micrófonos ocultos», contaba la revista ‘Blanco y Negro’, a principios de septiembre de 1974, en un amplio reportaje sobre los secretos más desconocidos del edificio.

Hablamos de la casa que, desde 2019, ocupa Boris Johnson y que ha sido la sede del Gobierno británico desde 1733, seis décadas antes de que estallara la Revolución Francesa o que se produjera la Revolución Industrial. El artículo se publicó un mes después de que Harold Wilson ganara las elecciones generales y, como es costumbre, él y su familia tendrían que trasladar su residencia al famoso edificio. El titular, sin embargo, advertía: ‘Downing Street, despreciado’. Mientras que en el antetítulo se informaba: «La señora Wilson se niega a vivir en la residencia oficial».

El político conservador Samuel Hoare y Cunliffe Lister, a las puertas de Downing Street – ARCHIVO ABC

«La tradición exige que el primer ministro instale su domicilio en el número 10 de Downing Street, pero después de la victoria sobre Edward Heath en las elecciones del 28 de febrero, el nuevo jefe del Gobierno anunció que continuará en su apartamento de la calle Lord North, a unos cientos de metros de distancia. Utilizará Downing Street tan sólo para su trabajo. La decisión del líder laborista y su esposa se debe al deseo de defender la intimidad de su familia», añadía.

Wilson lo explicaba con sus propias palabras: «He sido ya primer ministro entre 1964 a 1970 y recuerdo que en Downing Street me veía importunado a cualquier hora del día y de la noche. Renunciando a dormir allí, eludiré este inconveniente». En privado, la dirección del partido laborista admitía al corresponsal de ABC, en cambio, que dicha decisión se debía a que el nuevo jefe de Gobierno se lo había prometido a su mujer hacía ya cuatro años: «Nunca más el número 10».

«Una vivienda incómoda»

La antipatía por el histórico edificio, sin embargo, no era nueva. Había sido compartida por muchas primeras damas. Margot Tennant, la esposa del primer ministro Herbert Henry Asquith -cuya bisnieta es la actriz Helena Bonham Carter- escribió a principios del siglo XX sobre el 10 Downing Street que le tocó habitar durante las legislaturas de su marido: «Es una vivienda incómoda, con tres escaleras estrechas, por las que apenas cabe una persona. Me he resignado a invitar a los amigos tan sólo a cenar o en el jardín».

Además, hasta la Primera Guerra Mundial la residencia no tuvo un verdadero baño: fue Lloyd George, que gobernó el país entre 1916 y 1922, quien lo mandó instalar. A pesar de ello, ninguna primera dama anterior pensó jamás en desertar de la residencia oficial, a pesar de que no era, ni mucho menos, la más lujosa a la que un miembro de la nobleza podía aspirar en aquel Londres, convertido desde hace siglos en una de las capitales más importantes de Europa. Y es que la calle Downing Street estaba formada originalmente por tres casas: una mansión con vistas al parque de St. James’s, llamada «la casa de atrás»; una pequeña cabaña al lado, y una casa modesta situada detrás, justo en el número 10, que hoy forma la parte principal de la vivienda.

Todas ellas fueron construidas por George Downing entre 1682 y 1684, cuyo apellido da nombre a la calle hasta el día de hoy. Era un espía que trabajó para Oliver Cromwell y, posteriormente, para el Rey Carlos II, el mismo al que el famosos economista estadounidense John Adams apeló ‘el perro’. Un hombre que invirtió astutamente en propiedades y adquirió una considerable riqueza con la que compró una parcela de tierra muy cerca del Parlamento. Allí levantó una fila de casas diseñadas «para personas de buena calidad para vivir en ellas», pero las primeras damas y sus maridos no parecían ser de la misma opinión, dado su estatus.

Al resguardo de las bombas


En tiempos de Herbert Henry Asquith, primer ministro de 1908 a 1916, el número 10 no era muy conocido, tanto es así que este se lamentaba de que tanto los taxis como los coches no lograban encontrarlo. Sin embargo, a partir de él se convirtió en el símbolo de la democracia británica. «A la entrada montan guardia tan sólo dos policías, pero cuando se prevén manifestaciones o momentos de tensión política, el servicio secreto instala barreras a su alrededor. La entrada es típica de las casas elegantes londinenses: una escalinata conduce a los tres salones de recibo situados en el primer piso, adornados con espléndidos cuadros prestados por la Galería Nacional, la Tate Gallery y por Lord Burton. La habitación más famosa se halla en el piso bajo, en la parte trasera del edificio: es el despacho del primer ministro, con paneles de madera y columnas corintias. Durante la Segunda Guerra Mundial, Churchill transformó la bodega en comedor, donde almorzaba a menudo con el Rey Jorge VI. Cuando los alemanes empezaron a lanzar las V-1, tuvo que trasladarse a los subterráneos del Almirantazgo, pero resultaba muy difícil hacerle permanecer allí abajo, porque, al oír el fragor de las bombas, se obstinaba en subir a los tejados para ver», recordaba este diario en 1974.

«Las habitaciones privadas del jefe del Gobierno y su personal —continúa— se encuentran también en la parte posterior, pero en los pisos altos. Son más de diez y, sin embargo, resultan insuficientes para una familia con servidores y secretarias. Edward Heath [primer ministro de 1970 a 1974], que tiene pocos amigos y prefiere tocar el piano en soledad, se encontraba a sus anchas. Mary Wilson, en cambio, protestaba por los techos bajos y los espacios reducidos, añorando la cómoda casa de las afueras de Richmond y la villa de la isla Scilly, en la costa de Cornualles».

Downing Street ha sido testigo principal de muchos acontecimientos decisivos para la historia de la humanidad. Robert Walpole, considerado de facto el primer primer ministro de Gran Bretaña en 1721 y primer inquilino de este edificio, cambió el carácter de la monarquía y salvó al país de su primera quiebra financiera internacional. William Pitt ‘el Viejo’ y su hijo, William Pitt ‘el Joven’, ambos primeros ministros en diferentes etapas, fueron los artífices del fortalecimiento del imperio y del nacimiento de una futura superpotencia, Estados Unidos. Del segundo, Víctor Hugo escribió «que había vencido con la voluntad todas las guerras» y Napoleón, que era «más un genio que un hombre de corazón». Robert Peel dirigió desde allí la Revolución Industrial y Winston Churchill el desembarco de Normandía en 1944.

Una casa «insignificante»

Allí ocurrieron acontecimientos tan curiosos como la muerte de la esposa de Walpole, Catherine Shorter, que se puso enferma en Downing Street y negó a ingresar en un hospital. Herbert Gladstone, que luego fue nombrado ministro del Interior, nació allí en 1854. El distraído Frederick North, cuando ya había perdido las riendas del Gobierno en 1782, volvió a la casa una noche sin darse cuenta del error. Desde ese momento, el número 10 tuvo el aspecto que ofrece hoy.

Pero, ¿cómo vivían allí sus poderosos inquilinos? Los primeros jefes de Gobierno se sentían incómodos, puesto que solían pertenecer a la nobleza y tenían posesiones mucho más grandes y estaban acostumbrados al lujo y a la ostentación. Archibald Primrose, primer ministro entre 1894 y 1895, y Robert Gascoyne-Cecil, entre 1895 y 1902, detestaron al edificio: el segundo lo llamó «insignificante» y trató de encontrar, inútilmente, una nueva sede. El primero lo juzgó como «tolerable» para el trabajo, pero sólo vivió en ella un año. Con William Gladstone, que ocupó el cargo hasta en cuatro ocasiones entre 1874 y 1894, el palacio atravesó su período de mayor esplendor, mientras que los Asquith le confirieron el prestigio social que, en el siglo anterior, le había negado la emperatriz Victoria.

Otra cosa que casi nadie sabe es que el número 10 de Downing ha estado cerrado muchas veces para proceder a su derribo, debido a su alto coste de mantenimiento y al estado descuidado y decadente. Pero, finalmente, sobrevivió y quedó ligado a muchos de los grandes estadistas y eventos de la historia británica. Así que, gradualmente, la gente empezó a apreciar su valor histórico. En 1985, la primera ministra Margaret Thatcher dijo que se había convertido «en una de las más preciadas joyas del patrimonio nacional».

«La hostilidad de Mary Wilson, ¿señalará el fin de Downing Street como vivienda de los jefes de Gobierno? La lógica haría suponer que sí, pero los ingleses son tradicionalistas, y otra mujer podría decidir todo lo contrario. Desde hace años se habla de cerrar el Palacio de Buckingham y trasladar la Corte a Windsor, incluso por razones económicas, pero no se hace nada. Los londinenses están unidos sentimentalmente al número 10 y, además, el Palacio de Westminster está a sólo unos pasos», concluía el reportaje de ‘Blanco y Negro’.