«Retrato de un Caballero de la Orden de Santiago», Louis-Michel van Loo. (Foto: © Museo Nacional del Prado, Madrid).

Las órdenes militares en España nacieron al poco de que Godofredo de Bouillón, bendecido por el papado de Urbano II, estableciese el reino de Jerusalén. La fuerza espiritual que invadió el Occidente cristiano y el afán de riquezas y poder en el siglo XII por tomar los Santos Lugares, propició la creación de las órdenes militares, cuyo precedente se encuentra en la primera militia Christi fundada por el emperador Constantino I El Grande (año 312) de Constantinopla (…)


ÍÑIGO CASTELLANO BARÓN

Amigo FHB


HISTORIA Y CULTURA

LA ESPAÑA INCONTESTABLE

Septiembre 2023


en vísperas a la batalla del Puente Milvio contra el emperador romano Majencio que murió ahogado en el río Tíber. Constantino tuvo la visión al sol del mediodía (para los romanos Sol Divino) de una cruz con el lema: «In hoc signo vinces» (Con este signo vencerás) tras lo que mandó colocar una cruz en el pecho de todos sus soldados, proclamando tras su victoria el Edicto de Milán y abrazando la fe cristiana. Fundó la Orden de Caballería Aurata Constantiniana bajo el lábaro o estandarte donde se grabó la cruz y el monograma de Cristo correspondiente a las dos letras griegas de alfa y omega (principio y fin del abecedario griego). Su más antiguo precedente se halla en las militias equestres romanas.

La invasión musulmana iniciada en España en el siglo VIII, propició las primeras órdenes en el siglo XII, en Plena Edad Media. Había que reconquistar las tierras tomadas por los infieles y para ello se crearon las cuatro grandes Órdenes autóctonas españolas: Alcántara (a. 1154), Calatrava (1158), Santiago (1170) y Montesa (1317) en paralelo a otras como la del Temple que seguía la regla cisterciense de Bernardo de Claraval y había construido fortificaciones en la península Ibérica, junto a la Orden de San Juan de Jerusalén. Todas ellas pertenecían en exclusiva a la Santa Sede. Las órdenes españolas con un sedimento absolutamente religioso mezclaban a monjes (freires) y a soldados, y en esa contradicción moral entre el uso de la espada y la palabra evangélica, la solución al dilema se encontró en San Agustín de Hipona, gran filósofo y teólogo cristiano, cuyos escritos desde el siglo V se impregnaron en el pensamiento cristiano. Igualmente se apoyaron en el escrito de Mateo X, 34 que dice: «no os imaginéis que vine a poner paz sobre la tierra; no vine a poner paz sino la espada». En esta frase, los Caballeros de Cristo encontraron el camino para luchar contra el infiel, igualmente combativo y expansionista.

En los siglos XIII, XIV y XV, los caballeros de las órdenes españolas lucharon en casi todas las batallas que los reyes españoles emprendían contra los musulmanes, pereciendo en ellas muchos de sus maestres. Pero no sólo estas cuatro grandes órdenes militares que perduran hasta nuestros días emergieron en el panorama peninsular, pues otras de carácter más local nacieron como las de: Alcalá de la Selva; San Jorge de Alfama que se fundiría con la de Montesa; Cofradía de Belchite; Cofradía de nobles de Nuestra Señora del Portillo y la Orden de Santa María de España que actuaba principalmente en las batallas navales y algunas más. Todas ellas con sus ordenanzas y estatutos se enfrentaron a la invasión. Para su cometido, los distintos reyes españoles establecieron las Encomiendas que implicaba un territorio o señorío bajo la jurisdicción de un comendador que solía ser un caballero de hábito, es decir, que había jurado los tres votos de obediencia, castidad y pobreza como los monjes, aunque no tenían que ser célibes. Con el tiempo las órdenes llegaron a concentrar gran poder y por ello las encomiendas fueron muy solicitadas. Terminada la Reconquista en el siglo XV e iniciada la Edad Moderna, dejaron de tener una misión de defensa de los ideales cristianos y de su lucha contra el Islam para dirigir sus fines a la fraternidad o caridad social en todos sus ámbitos como y especialmente a la repoblación de las grandes extensiones vaciadas o siempre yertas que la Reconquista produjo. En toda la península ibérica se hallaron presentes junto a las órdenes portuguesas de Avís y Cristo. Pero solo las cuatro grandes españolas subsistieron en los siguientes siglos a la Reconquista con tan solo el brillo y esplendor que la historia les dio, aunque de formas y maneras distintas por la ausencia de guerras contra el infiel. Las otras órdenes subsisten, pero ya muy ancladas en su pasado histórico y de manera local.

De todas las mencionadas, fue la Orden de Santiago la que más sobresalió por el lustre y relevancia que obtuvieron muchos de sus caballeros en los tiempos posteriores, sin menoscabo de las otras para cuyo ingreso fue igualmente necesaria la prueba de apellidos. La Orden de Santiago veló por los peregrinos que se encaminaban en peregrinación haciendo la Ruta de Santiago y en compensación a estos desvelos recibieron territorios y prebendas en La Mancha, Murcia y norte de Andalucía. La Orden de Calatrava recibió al inicio de su andadura la fortaleza de este nombre, a orillas del río Guadiana en el camino de Toledo hacia Córdoba, que había pertenecido a la Orden del Temple, recibiendo del papa Alejandro III la bula oficial de orden religiosa y militar, lo que los llevó a vestir el hábito blanco del Císter. La Orden de Alcántara, quizás la más antigua pues está sin datar de forma segura su fecha de constitución, se asentó en la ciudad extremeña de Alcántara desde donde incrementó sus territorios, siendo un magnífico exponente el monasterio de Uclés en Cuenca. La Orden de Montesa y San Jorge de Alfama fue fundada por el rey aragonés Jaime II que les otorgó el castillo de Montesa fronterizo a los musulmanes, en el reino de Valencia. Cuando los templarios desaparecieron por decreto del papa Clemente V con su último maestre el francés Jacques de Molay quien fue quemado en una hoguera a instancia del rey francés, sus bienes que en España poseían se repartieron, y sus tierras pasaron a la Corona y el rey aragonés repartió aquellas entre varias órdenes militares como la de Montesa. Las insignias de esta orden fueron confirmadas finalmente por el papa Martín V con la divisa de la cruz roja sin flores y el manto capitular blanco, pero al incorporarse la Orden de San Jorge de Alfama, se adoptó la cruz de gules en color rojo. Ciertamente la desaparición de la orden templaria y por las grandes riquezas que llegó a acumular, favoreció no solo a la corona francesa sino a cuantos se hicieron con ellas en otros reinos. La Orden de Montesa llegó a convertirse en un momento determinado en el mejor valedor del rey aragonés frente a la insumisión del maestre de Calatrava que pretendía, alegando su mejor derecho, los bienes de la antigua orden templaria. Finalmente, el maestre de Calatrava fue sometido, pero la revuelta de parte de la nobleza del reino de Valencia que se constituyó como Unión frente al rey de Aragón, Pedro IV El Ceremonioso, puso a prueba a la Orden de Montesa que doblegó a la nobleza en defensa del rey, e igualmente esta orden actuó frente a los piratas berberiscos que acosaban el mediterráneo levantino. En 1550 bajo el papado de Julio III, tras la caída de Constantinopla, se reconoció a la Orden militar Constantiniana, aunque puede decirse que la fundación de la misma fue anterior, bajo la regla del obispo San Basilio (330-370).

Venida de fuera llegó a España de mano del rey aragonés Alfonso El Batallador, la Orden del Santo Sepulcro que en un principio se componía de canónigos y finalmente optaron por tomar las armas. También vino la Orden de Santo Tomás de Acre (auspiciada bajo la advocación de santo Tomás Becket) compuesta igualmente de canónigos regulares y que para muchos supuso el germen de la orden teutónica, de carácter asistencial y hospitalario hasta convertirse en orden militar bajo el obispo de Winchester, Pedro de Roches.

Todas las órdenes se reunían en capítulos que elegían a su maestre cuyo antecedente más remoto eran los magister equitum de la época romana. Solo participaban y la componían caballeros, pero excepcionalmente hubo mujeres en las órdenes de Santiago y Calatrava cuyo papel fue la vida contemplativa. De hecho, la de Calatrava tuvo la única de filiación cisterciense que poseyó dos conventos femeninos. En la Orden de Santiago por estar permitido el matrimonio entre sus freires, la actividad de las mujeres tuvo un mayor protagonismo. Cada Orden tuvo su propio rito iniciático, aunque los tres votos monásticos fueron comunes a todas ellas, así como el velar las armas en toda una noche de oración y la ceremonia de ser armado caballero. En el mismo sentido los caballeros profesos se estructuraban en dos categorías, freires religiosos y freires militares, estos últimos podían casarse. En las Órdenes de Calatrava y Alcántara se requería para contraer matrimonio una licencia previa además de demostrar la nobleza de su futura esposa ante el Consejo de Órdenes Militares. Entre las obligaciones de los caballeros debe reseñarse las de no poder participar en juegos de azar; en recibir los Santos Sacramentos en fechas establecidas; a dormir ceñidos a su espada y a participar en los capítulos de la orden y orar.

Finalmente cabe destacar que las órdenes militares españolas como las foráneas gozaban de una estructura y organización militar considerable, al frente de la cual y bajo la dirección del maestre se encontraban los caballeros, duchos en el arte de la monta y de la guerra como era deber de la nobleza, manteniendo a sus expensas sus armas y caballos conformando la caballería pesada. Bajo éstos últimos estaban los freires que más ligeros de pertrechos formaban la caballería ligera. Todos ellos se agrupaban cuando así se les requería junto a las tropas reales. Las órdenes militares han tenido una singular importancia en España, dado que durante setecientos años fue frontera con los reinos nazaríes. En la actualidad, las cuatro principales órdenes españolas mencionadas hacen una importante labor asistencial y social dentro de los escasos recursos de los que disponen, pero quedan como huella de una historia gloriosa y sacrificada por el ideal cristiano.

Íñigo Castellano y Barón