Un año después de su fallecimiento publicamos esta entrevista inédita a un hispanista de leyenda


IGNACIO PEYRÓ


08/02/21

Fallecido hace un año por estas mismas fechas, el catedrático británico Trevor Dadson (1947-2020) fue un hispanista de leyenda, un académico de currículo interminable, un mentor y maestro de generaciones de estudiosos y -ante todo- un enamorado de España y la cultura española. Si sus contribuciones a nuestra Historia y nuestra Historia de la literatura abarcan de los moriscos hasta Góngora o la poesía más reciente, el legado de Dadson no es únicamente erudito: entre los suyos -y no está de más recordar que fue presidente de los hispanistas británicos e irlandeses- iba a gozar de tanta autoridad como afecto. Y solo la pandemia ha retrasado homenajes y memoriales.

Unas pocas semanas antes de su fallecimiento, Dadson me concedió esta entrevista, que tenía como objeto ofrecer una panorámica de los cómos y porqués de una vida dedicada al estudio de nuestras letras. Recoger estos testimonios no es inhabitual en el trato institucional de los directores del Instituto Cervantes con hispanistas y profesores, si bien hay que decir que, más allá de esa relación laboral, la amistad y la admiración por el maestro estaban presentes. Sin enfermedad ninguna y con el buen humor de siempre, Dadson se explayó cuanto quiso, con plena libertad. Y, por una de esas raras providencias de la vida, la entrevista ha terminado por tener algo de legado: no en vano, en la charla abordamos todo cuanto va de los orígenes familiares de Dadson a sus primeras visitas a España, el papel de las nuevas generaciones de hispanistas, un itinerario de sus inquietudes como académico o reflexiones en torno a la proyección de la cultura española y el papel que en ella han de tomar nuestras autoridades.

Lo demás -doctor por Cambridge, catedrático de Estudios Hispánicos de Queen Mary, receptor de la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica…- lo pueden leer en las enciclopedias, si son honores, y en la Biblioteca Nacional, si son libros. Aquí recogemos la intrahistoria de un hispanista que es también, en parte, la historia del hispanismo en Reino Unido en estas décadas.

Retrato del hispanista adolescente

Profesor Dadson, lo diré coloquialmente, ¿en qué anda ahora? Aquí en Reino Unido, ¿hay tanta diferencia entre ser emérito y estar en activo?

No deja de ser algo engañoso. La ventaja clara y evidente de ser emérito es que ya no tienes que luchar con la administración universitaria, con toda la burocracia, y eso -desde luego- está muy bien. He ocupado muchos puestos de gestión y te roban mucho tiempo: siempre estás lidiando con los colegas. Y no nos engañemos, la dificultad, lo conflictivo en la vida universitaria, tiene más que ver con los colegas que con las situaciones en sí. En fin, sobre el papel tengo más tiempo para mí que antes. Pero hasta ahora no lo he visto, porque yo sigo trabajando: siempre he trabajado como un loco.

Esa fama tiene.

Y sigo trabajando realmente al mismo ritmo. Ocurre que me encanta investigar. Ahora mismo, una de las cosas que he notado es que es más fácil decir que sí porque piensas que tienes un poco más de tiempo, que puedes preparar un paper, una ponencia, o puedes contribuir con un artículo que te piden. Y, además, como te vas haciendo mayor, también tus amigos y colegas se van haciendo mayores y se jubilan, y no hacen más que pedirte contribuciones a volúmenes de homenaje… Al final, llega un momento en que dices, “ya no me puedo sacar otro artículo de la manga tan rápido”. Pero prefiero estar activo, eso sí.

Bueno, ahora lleva esa vida ciceroniana de biblioteca, ordenador, y jardín.

Sí, sí. Hace dos años nos mudamos de casa. Ahora vivimos en el sureste de Londres, en un pueblo de campo, Ángeles -que es de Zaragoza- y yo. Y estamos muy contentos allí porque es como vivir en pleno campo rodeados de bosque, de árboles, por todos lados. Tengo un jardín, más o menos manejable todavía, y me gusta mucho trabajar en él porque así salgo de la casa, no estoy delante de la pantalla cuando hace bueno. Ahora cuidamos muchas veces de un nieto que vive aquí cerca, en Londres. A él le encanta estar fuera conmigo en el jardín. Me sigue por todos lados, me hace preguntas, yo le cuento cosas, me ayuda. Es decir, me ayuda a su manera, pero me ayuda, recoge hojas con la escoba y, haciendo esas cosas, se lo pasa muy bien. Mi mujer lo ve desde la casa y dice “no puedes imaginar la pareja que hacéis. Los dos allí, el nieto con su abuelo”.

¿En qué lengua hablan su mujer y usted?

Las dos, inglés y español. Ángeles habla siempre en español con el niño para que aprenda. El crío lo entiende perfectamente. A veces hace traducciones inmediatas. Si le dice “vete y tráeme tal”, él te lo repite en inglés: “abuela wants me to bring something”. El niño lo entiende todo, que es lo bueno. Si está solo con ella durante el tiempo suficiente, también empieza a contestar en español. En general contesta en inglés, pero entiende todo perfectamente. Y pasa tiempo, las vacaciones, con sus padres y con nosotros en España, y en el futuro pasará más tiempo y ya de mayor la lengua le vendrá muy bien.

Usted no se adentraría tan pronto en la cultura española, pero tampoco iba a tardar, y la suya sería una inmersión total. ¿Qué es lo que más le atrajo al principio? ¿La literatura, la cultura, la lengua…?

Empieza obviamente con la lengua. A los trece años, en mi ‘grammar school’ [institutos públicos de acceso meritocrático, ya abolidos] me dieron la posibilidad de elegir otra lengua tras las dos que ya eran obligatorias para todos, latín y francés. En concreto, podía elegir entre una asignatura de ciencias u otra lengua. Yo no sabía qué hacer, porque la única lengua que ofrecían durante casi todo ese tiempo era el alemán y no me apetecía nada. Pero tuve la suerte de que a última hora vino un nuevo profesor de francés que también ofrecía español. Yo tenía trece años, como he dicho, y fue entonces cuando en mi colegio empezaron con el español; pensé que, gustándome mucho el francés y el latín, el español no podía ser tan difícil, y sin duda sería más fácil que el alemán. Ya me gustaba un poco el sonido de las lenguas romances…

Cuando empecé con el español, desde el primer momento me atrapó, me entusiasmó

¿Habla bien francés?

No, nada. Ahora nada. Lo dejé en la escuela. Cuando empecé con el español, desde el primer momento me atrapó, me entusiasmó. Y cuando llegué al último curso, lo que me interesaba era el español; el resto, nada. Fui a la universidad a estudiar español únicamente.

¿Cómo se lo tomaron en su casa? Eran los sesenta, otra Gran Bretaña y otra España. Pensarían quizá que era una decisión un poco exótica.

Pues sí, yo creo que mis padres jamás entendieron bien lo que yo hacía, en el sentido de que durante los primeros años yo estaba en la universidad con una beca, luego les dije que iba a hacer un doctorado con otra beca… y decían, “bueno, pero en algún momento vas a ganar dinero o qué”. Y yo les decía que estaba bien, que estaba haciendo lo que quería…

Era una familia que no tenía ninguna vinculación con el mundo español.

No, ninguno. Era una familia grande, yo tenía veinticinco primos. Mi padre era uno de once hermanos, y en una familia tan extendida, yo fui el primero en ir a la universidad en toda la historia familiar. Mi familia era de clase obrera. Mi padre era un carpintero. Todos mis tíos eran carpinteros, albañiles, obreros. Ir a la universidad no era nada normal en aquella época.

¿En qué año entra usted en la universidad?

En el 66. Entonces entraban el 3% de los que salían de las escuelas. Ahora es casi el 50%. Entonces era el 3%, es decir, una élite total.

Y sería una gran responsabilidad de alguna manera, ¿no?

Sí, sí lo fue. Por suerte, me gustaba estudiar, y ya en la escuela habíamos empezado a estudiar algunos textos para preparar el equivalente a la Selectividad. Me gustaban los textos que estudiaba. Pero llegas a la universidad y de pronto tienes que estudiar treinta textos el primer año: eso era una carga tremenda. Y ya en el segundo año tenías que estudiar Siglo de Oro, porque se empezaba con lo moderno, lo más asequible, y se terminaba con lo medieval. Y ahí estaba yo, en segundo año, con clases sobre Garcilaso y Fray Luis y Góngora… Creo que fui el único de la clase al que le gustaba Góngora, por supuesto sin entenderlo, qué iba a entender, si muy pocos españoles entienden a Góngora. Pero sí creí percatarme de algo, de que ahí ocurría algo impresionante, que estaba ante un poeta de los grandes por todo lo que hacía con la lengua, con las metáforas.

La formación de un erudito

En su época también tenían que pasar un año fuera, ¿verdad?

Sí, ya sabes cómo es aquí: el tercer año lo pasábamos en el extranjero, el cuarto año vuelves y terminas la carrera, en mi caso en Leeds, donde estudié. En el tercer año tenías que hacer una tesina para ocupar tu tiempo en cosas académicas y no estar simplemente pasándotelo bomba fuera. Y la tesina… yo recuerdo hablar con un profesor y decirle que quería hacer la tesina sobre Góngora, y él se me quedó mirando y me dijo, “bueno vamos a ser un poco menos optimistas porque la bibliografía sobre Góngora es inmensa”. Y me dio una lista de poetas gongoristas, digamos de segunda línea.

¿Españoles o de América?

De España. Eran gente como Ulloa y Pereira, Trillo y Figueroa, Bocángel y Unzueta, y otros de ese grupo de gongoristas que se había estudiado muy poco todavía. Había unas ediciones bastante malas, bueno, malas según me habían dicho. Yo fui a la biblioteca, estuve mirando y recuerdo que cogí el primer tomo de los dos de la obra Bocángel y vi que eran los sonetos de Rimas y prosas. Y yo pensé “este sí que me gusta”. Y decidí hacer una tesina sobre Bocángel.

Pero Bocángel no es de segunda línea…

Lo que ocurre es es que cuando la generación anterior es la de Lope, Góngora, Quevedo, Villamediana y demás, pues quedas un poco descolocado. Pero sí, es buen poeta. Y así dediqué no sé cuántos años de mi vida a la obra y a la vida de Bocángel, hasta sacar una edición crítica en dos tomos en el 2000-200, y me dije, ya está bien, ya le he hecho una biografía, he hecho la obra crítica, he encontrado muchos poemas desconocidos por ahí y con esto ya está bien. De vez en cuando vuelvo, pero ya muy poco. En todo caso, mi tesis doctoral, en Cambridge, también se la dedicaría a él.

¿Quién le influyó cuando era un joven académico; quién le inspiró, quién le influyó más? ¿Era un buen humus o tenía que poner mucho de su parte?

Yo he tenido mucha suerte. Por ejemplo, en mi escuela, a los dieciséis años, vino otro profesor para sustituir al que daba francés y español: el español había cogido bastante fuerza y nombraron a un profesor nuevo, únicamente dedicado al castellano. Era un galés de la universidad King’s College de Londres, muy joven: el de mi escuela fue su primer trabajo. Y era un entusiasta de todo lo español. Era increíble estar con él en clase. Cuando Blair llegó al Gobierno en el 97, uno de los eslóganes de su campaña decía “todo el mundo recuerda a un buen profesor”, “Everybody remembers a good teacher”, para animar a la gente a estudiar para profesor, porque faltaban profesionales de la enseñanza. Y ese eslógan tenía mucha razón. Todos nos acordamos de un profesor bueno, que te entusiasma, que te inspira, y él era uno de esos. Luego en la universidad, en Leeds, encontré un muy buen departamento. Salvando al catedrático, que era un inútil total, había dos profesores magníficos -quizá más-, y justo en lo que a mí me gustaba. Uno de ellos era Colin Smith, [1927-1997] que era mediavelista, pero antes especialista en Góngora. De hecho, su tesis era sobre Góngora, aunque muy poca gente lo sabe.

Si miras el hispanismo británico, los primeros son amateurs, aficionados

Colin Smith…

De él todo el mundo recuerda su edición del Cid, pero realmente empezó siendo del Siglo de Oro. Daba clases de Siglo de Oro en Leeds y empecé con él, pero cuando yo me fui a España él ya había cogido un puesto en Cambridge y se estaba yendo; así que me pasó a otro, que era Gareth O. Davis, otro gran experto en Siglo de Oro, que escribió un libro sobre Antonio Hurtado de Mendoza, entre otras obras. Y Davis, la verdad, me ayudó muchísimo, fue un profesor buenísimo, nos hicimos luego amigos; él venía a mi casa en Belfast. Fue una influencia muy grande también. Eran buenas personas, además. Después tuve la suerte, la suerte enorme, de tener como director de tesis a Edward M. Wilson, en Cambridge, el gran siglodeorista inglés, amigo de Rodríguez Moñino, de toda esa gente.

Wilson era de esa generación que podemos llamar de “los primeros serios”. Si miras el hispanismo británico, los primeros son amateurs, aficionados, como John B. Trend, de Cambridge, que era musicólogo, o como William J. Entwistle en Oxford, que era lingüista general, más que del español. Tras ellos llega esta “generación de los serios”: el citado Wilson, Alexander A. Parker, Peter Russell en Oxford. Esos tres cambiaron el hispanismo británico totalmente porque ya no eran solo amateurs. Y cómo trabajaban, qué ediciones hacían…

Bueno, de hecho, algunas se siguen editando, como La Celestina de Russell…

Sí, su edición sigue siendo la mejor. Y Parker hizo grandes trabajos sobre el teatro del Siglo de Oro. Sin duda, hoy no se puede hacer lo mismo: nadie podría titular, como él, en un pequeño folleto editado por Canning House, Aproximación al teatro español, como si solo hubiera una posible. Eso se podía hacer en 1958 o 59, hoy no. Pero entonces también era necesario, porque en España nadie estaba trabajando mucho el teatro entonces. Y había vínculos con España; el propio Wilson iba a una célebre tertulia, la del Café León, enfrente de Correos en Madrid.

La España que vieron

Y en el ambiente de los hispanistas, ¿se sabía distinguir entre España y su régimen?

Había algunos, como Helen Grant en Cambridge, que se negaron a ir a España mientras vivía Franco. Por supuesto, el caso de Grant era particular: había estado en España cuando era una doctoranda joven y conoció a todos, las elites de la República, los poetas… estuvo en la residencia de estudiantes. La Guerra Civil, por tanto, le afectó horrores. Mataron a sus amigos, otros tuvieron que huir, y ella juró no volver; hubiera sido una traición a toda esa generación. Pero ella siguió dirigiendo tesis sobre poesía contemporánea española, era muy buena investigadora y profesora. Otros sí separaban más. También la mayor parte de los españoles tenían que separar España de su régimen, es que si no…

¿Y cuándo empieza usted a ir al país de modo más o menos recurrente?

Fui la primera vez cuando tenía dieciséis años, en el 64.

¿Dónde?

A Jaca, a los cursos de verano de Jaca. Con la suerte -he tenido mucha suerte en mi vida- de que uno de los que me daban clase era José Manuel Blecua padre. Fíjate qué hombre, que en vez de dedicarse a investigar o a descansar, subía todos los veranos a Jaca a dar clases a extranjeros incompetentes e ineptos, principiantes, y yo recuerdo sus clases muy bien. Luego, después del primer año en la universidad, pasé todo el verano en España, me fui con casi nada de dinero, con mi tienda de camping, y fui por todos lados: del País Vasco a Madrid y a Sagunto; luego acabé en Barcelona, Badalona, la playa… Sin nada de dinero, pero quería estar en España y quería mejorar mi español. Y así hice constantemente, volver cada vez que podía. Después pasé el año universitario completo en Cáceres. Cáceres era impresionante. Entonces, en el 68, era medieval.

En Cáceres en el 68 no habían visto a un inglés allí jamás en su vida

Quién no pagaría ahora por verla…

Sí, en el 68 era increíble. Claro, yo fui el primer inglés allí, no habían visto a un inglés allí jamás en su vida y me trataban a cuerpo de rey.

Las señoras vestidas de negro…

Y las jóvenes. Me daban una pena las chicas jóvenes… es que las mujeres a partir de cierta edad no salían del negro, porque siempre se moría alguien. Yo daba clases en el instituto El Brocense. Entonces el instituto estaba en un alto; la ciudad vieja, medieval, estaba en un alto, y en el medio había un barranco que yo bajaba y subía todos los días, atravesando rebaños de ovejas y cabras para llegar.

Eso es old Spain todavía…

Aquello era precioso. Estuve el año entero, no volví a Inglaterra durante todo el año. Pasé navidades en Madrid, pasé la Semana Santa en Galicia y Salamanca y luego fui de Cáceres a Lisboa a otro curso de verano de portugués. Y cuando volví a casa ya llevaba once meses fuera y me costaba hablar en inglés. Mi madre me preguntaba algo y yo le contestaba en español sin pensarlo dos veces y ella se enfadaba. Pero es que para mí lo más natural era hablar español, no inglés; no había hablado inglés con nadie. Y desde entonces he ido y vuelto miles de veces.

¿Cuál es, tras tanto tiempo yendo a España; cuál diría usted que es el gran cambio que ha experimentado el país? ¿Echa de menos cosas? Usted ha visto pasar a España de los caminos de cabras al AVE…

Hombre, España ha cambiado y mejorado muchísimo. España, en los años sesenta, era un país pobre, un país muy pobre para mí, viniendo de Inglaterra, y se notaba, y Portugal no te digo, vamos, era mil veces peor. Eran países pobres. Había también como un gris. Si alguien me dice cómo lo describirías, qué color dirías… gris. Era un país gris y notabas que la gente no quería hablar; quería llevar su vida y punto, nadie quería comentar nada, obviamente, hasta que cogías cierto nivel de amistad y confianza… Luego, yo creo que los españoles eran -y ahora lo son también- de lo más humano, de lo más amable. Te acogen como muy pocos, y más a un extranjero que intenta hablar su lengua, y te dan todas las facilidades: los franceses, si no hablas el francés perfecto, te desprecian. Pero eso en España no ha cambiado. Creo que los valores se han mantenido, muchos valores que había de la familia, una cierta rectitud. Pero han cambiado muchas cosas a mejor. La libertad, la democracia… han mostrado una fuerza que nadie había creído posible en los años setenta, a principios de los setenta.

Barrocos y contemporáneos

Usted ha estudiado mucha poesía, es lo que más le ha interesado.

Sí. La poesía más que la novela o el teatro; he hecho algo sobre teatro, poca cosa. La poesía siempre me ha gustado, me encanta la manera en que un poema puede decir tanto en tan pocos versos. Eso me parece algo maravilloso. La capacidad que tiene de extender los límites de la lengua.

En el Barroco…

Pero también en época contemporánea. Daba clase tanto en Belfast como en Birmingham de poesía contemporánea y luego publiqué un libro en Renacimiento [Breve esplendor de mal distinta lumbre: estudios sobre poesía española contemporánea, 2005]. Después ya no he tenido tiempo para volver al tema, y eso que me gustaría; mis amigos poetas me siguen mandando cosas…

¿A quién vuelve cuando lee por gusto? ¿A qué poetas españoles?

Me gusta Antonio Carvajal, de Granada; tengo mucha amistad con él, también, y me manda sus libros. De hecho, fue gracioso porque yo hice un artículo sobre su poesía hace bastantes años y allí puse la idea de que realmente sus dos volúmenes, dos entregas distintas, eran realmente un libro, que tenían que haberse publicado como un libro. Y él dice en la introducción “he tomado el reto del profesor Dadson de hace muchos años y ahora publico en un libro esos dos libros anteriores porque tenía razón”, y me dedicó el libro a mí, cosa que me gustó muchísimo. Tener esa amistad. Tengo mucha amistad con Luis Alberto de Cuenca; me gusta mucho su poesía, como también la de tu jefe, Luis García Montero.

¡Anda!

Sí, sí, ha estado en mi casa, en Birmingham. Y gente así. Hay bastantes mujeres.

Hablando del Cervantes, también Julio Martínez Mesanza, por cierto.

Mesanza, por supuesto, sí. He sido de los pocos que ha escrito sobre él; a mí me encanta su poesía. Europa me parece una obra maravillosa. Tengo la primera edición de Renacimiento. De hecho, hay una anterior, que compré en Hiperión, en Madrid, e iba a Zaragoza en el tren y leí el libro entero en el tren. Iba de poema en poema, y no había leído jamás un poemario así. Me quedé maravillado, viendo visiones, leyendo esos poemas. Llegué a preguntarle si él soñaba en endecasílabos.

Ángel Guinda también me gusta, escribía antes en El Heraldo de Aragón, como periodista. Tenía pensado hace mucho tiempo escribir un artículo y ya tenía el título, ‘El verso desgarrador de Ángel Guinda’, porque es que es como Quevedo, tiene poemas con una fuerza quevedesca. Y recuerdo hablar con él de eso y me dijo que es verdad, que Quevedo le gustaba mucho. “Pues se nota”, le dije yo.

Del libro a la cultura

Y hablando de aragoneses, pero antiguos, ¿los Argensola? ¿No ha trabajado nada de los hermanos Argensola?

No, he trabajado sobre la edición de sus poemas, un libro pequeño que se publicó en la institución Fernando el Católico, en Zaragoza. Esto ocurrió porque localicé unos 120 ejemplares de las Rimas de 1634 y pude identificar dos etapas muy distintas en la preparación del libro. Era todo un estudio a lo Jaime Moll sobre cómo se hizo. Se llama Historia de la impresión de las rimas de los hermanos Argensola.

Hablé de eso en un congreso pequeño que se hizo en Grenoble y estaba Paco Rico, y al final dice “Creo que después de estudiar más de cien ejemplares, poco podemos decir al profesor Dadson sobre el estado del texto”.

Paco le gustó muchísimo el estudio porque iba en esa línea, la línea de la bibliografía textual anglosajona, para la que el libro impreso no es un libro manuscrito, mientras que en España se ha seguido con la manía de que el libro impreso es un libro manuscrito. Pues no, señor. Un libro impreso se imprime de una manera determinada y crea ciertas variantes y errores que un manuscrito no tiene. Y eso lo sabían todos los que habían trabajado sobre Shakespeare. Es decir, en Reino Unido esa idea lleva más de un siglo establecida, pero en España lo han ignorado hasta que, por fin, Paco se quedó convencido y estudió el Quijote como un texto impreso.

Claro, eso lo cambia todo. Porque ahí ves cómo en el Quijote, como él ha visto, muchas erratas se explican porque se quedaban sin texto o con demasiado texto a la hora de imprimir. Ya sabes que la clave del texto impreso es contar, llevar la cuenta. Tienes que contar porque no se imprimen las páginas una tras otra, sino en pliegos. Hay que saber llevar la cuenta. Y a veces los tipógrafos se quedaban con demasiado texto y quitaban todo el espacio en blanco posible y solo hay que ver la página y te das cuenta. Y si faltaba texto ves que no hay abreviaturas de ningún tipo y, a veces, llegan a poner tonterías como “estando como estaban” que no está en el manuscrito de Cervantes, o probablemente no está, pero a los impresores les llenaba parte de una línea, un renglón. Y Paco ha identificado muchísimos momentos en el Quijote de ese tipo. Y esto, si lo estudias como manuscrito, no lo identificas.

En El Quijote hay muchas erratas porque se quedaban sin texto al imprimir

Y de las bibliotecas privadas a la historia de la imprenta y luego a la historia de las mentalidades, de la cultura, casi historia social…

Algo que aquí se puede hacer y que en España es muy difícil.

¿Por qué?

Pues porque cada académico está en un departamento y parece que ya está. Entonces si eres del Siglo de Oro… Empiezas en 1501, con lo cual ignoras por completo todo lo que se ha escrito antes. Tú, tu época, tu periodo, es de 1501 a la muerte de Calderón. Bueno, hombre, por favor, el Renacimiento empieza antes y se prolonga… Son divisiones tontas, arbitrarias, artificiales.

Además, la gente no habla, los departamentos no se comunican. Para mí, la Literatura y la Historia son dos caras de la misma moneda. Trabajamos ambos con documentos. La diferencia probablemente es que, si estás en Literatura, sabes que todo texto miente, y si estás en el departamento de Historia, piensas que el documento te dice la verdad. Y no es así: son papeles con un sesgo ideológico, escritos por un ser humano que intenta dar una idea de las cosas, y si esos documentos se guardan en el Archivo de Simancas o en el Archivo Histórico Nacional, no te digo. Yo recuerdo, en la introducción a mi libro sobre los moriscos de Villarrubia [Los moriscos de Villarrubia de los Ojos (siglos XV-XVIII): historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada], sería hacia 2005 o 2006, que hay que tener cuidado con las fuentes oficiales. Imaginemos que alguien decidiera escribir una biografía de José María Aznar fiándose de modo único y absoluto del Boletín Oficial del Estado y de sus memorias, como si esa fuera una historia objetiva.

Ha sido muy alabado su trabajo sobre los moriscos de Villarrubia, pero no deja de representar un cambio en sus investigaciones. ¿Qué es lo que le atrajo?

Como me ha pasado siempre, una cosa me llevó a la otra. Yo llevaba mucho tiempo trabajando en lo que es el archivo particular de Salinas [Diego de Silva y Mendoza], que está en Zaragoza, en la casa de Híjar, porque el hijo del conde de Salinas era el duque de Híjar, y los papeles acabaron en esta casa. Allí encontré una carpeta que ponía “cosas tocantes a los moriscos”, la hice fotocopiar, la dejé a un lado sin mirarla y, años después, la cojo, empiezo a leer y me doy cuenta de que lo que yo estaba leyendo allí no está en ningún libro de historia que yo hubiera leído.

Llevaba muchos años consultando documentación de este archivo y un día voy a Simancas y, milagro, me encuentro con que el nombre de Villarrubia aparece en la documentación con más frecuencia que ningún otro lugar de España. ¿Cómo puede ser eso, si es un pueblo de nada, un pueblo perdido por ahí? Es decir, ¿cómo puede salir Villarrubia tantas veces, en tantas cartas del conde de Salazar [encargado de ejecutar la expulsión de los moriscos en torno a 1609] o el rey? Porque Villarrubia era líder de la resistencia, se ve ahí el icono de la resistencia morisca y señorial. Y todos los demás pueblos del campo de Calatrava seguían la dirección de Villarrubia. Para Salazar era su Némesis, que iba a estropear toda la expulsión. Y al ver todo eso pienso, “es increíble. Aquí tengo un tesoro”. Y me puse a escribir un artículo, que luego iban a ser dos y luego algo un poco más largo… al final, acabé con un libro de 1300 páginas. ¿Por qué? Porque pensé: “no puedo hablar de los moriscos sin hablar del pueblo, tengo que situarlos dentro de lo que era la vida en el pueblo del XVI y XVII”, y también quería seguirlos hasta el XVIII para probar definitivamente que se habían quedado allí o que habían vuelto y que sus descendientes siguen en el pueblo, cosa que es verdad, porque los apellidos están ahí.

¿Qué apellidos son?

Naranjo, Peral, Higuera, muchos así. Y luego pensé que el contexto de los moriscos es el pueblo, y pensé en que era notable que fuera un municipio señorial, por lo cual tengo que hablar de los señores, los condes de Salinas, y del mío en particular -don Diego de Silva y Mendoza- porque es el que defiende a los moriscos. Y luego también tenía que hablar de su hijo, así que acabé escribiendo una historia del pueblo desde principios del XVI, con la conversión de 1502, hasta 1725. No empecé con esa idea, es decir, fue una cosa gradual, poco a poco. Controlaba tal masa de documentación, de información, que pensé “nadie ha visto esto, nadie lo ha pensado de esta manera”. Luego tuve la suerte de que parece que a mucha gente le gustó el libro y ha marcado una nueva metodología que ya van siguiendo muchos.

Ese libro suyo sobre los moriscos se ha convertido, como dirían hoy, en un libro de culto…

Recuerdo a un catedrático muy importante de EEUU, David Nirenberg, que escribe sobre los judíos en España y que me dijo, “lo tengo en mi mesa de despacho como la Biblia, lo tengo allí porque los alumnos siempre me están pidiendo el libro”…

Británicos y españoles

Usted también ha escrito sobre viajeros de otro tiempo; sobre la mirada de los británicos a España y la relación de los españoles con los británicos.

Es un campo fascinante, cómo nos ven y cómo vemos. Es decir, cómo los viajeros británicos del XVI, pues ya los había entonces, empiezan a ir a España, y fascina leer cómo veían a los españoles y cómo eso cambia o no cambia en el tiempo. El caso de España es particularmente interesante porque, por un lado, siempre se la había visto como una cosa exótica; no formaba parte del Grand Tour del XVIII -Francia e Italia más que nada- y, sin embargo, los que iban a España quedaban siempre enamoradísimos del país. Eso es algo que ha pasado siempre, como en otros tiempos llamaba la atención los tipos a lo lazarillo, una cierta pobreza, los pueblos despoblados… ¡hacían el camino de Santander a Madrid y no veían a nadie! Y tú puedes, todavía hoy, coger el coche, subir arriba y, ¡Dios mío!, es como estar solo en el universo. Eso está todo, por ejemplo, en Lady Holland y George Elliot -cuyo relato publicamos con mi mujer y unos amigos en Birmingham hace unos años. Nadie había publicado los recuerdos de G. Elliot en España porque yo creo que muchos ni sabían que había viajado a España. Pero sí, en todo caso, creo que aprendemos siempre de cómo nos miran.

Usted ha tenido un gran contacto con jóvenes hispanistas y no solo jóvenes -ha presidido y es una figura respetada e influyente en la AHGBI, la Asociación de Hispanistas de Gran Bretaña e Irlanda. ¿Cómo ve a las nuevas generaciones? ¿Hay recambio para los grandes nombres?

Sí, hay gente muy buena. Hay gente muy buena, muy preparada. Para mí, el mayor peligro es la disgregación, si se puede decir, de la disciplina. El gran problema para un hispanista hoy en un departamento de estudios hispánicos es lo que enseñas, porque no se queda así, se expande continuamente. Obviamente, está todo lo que es Hispanoamérica… La cantidad de cosas que puedes enseñar por el interés de los alumnos no para de crecer, los cultural studies, por ejemplo., etc., etc. Y el problema para mí es que no sabemos ya qué es el Hispanismo, cómo defines los estudios hispánicos en la universidad. Ese es el gran problema, para mí. Yo era muy clásico, yo pensaba que nadie debería salir con un título de licenciado en español sin haber leído el Quijote. Me parece que, si no lo has hecho, 0 puedes defenderte en el mundo: ¿qué sabes tú de España si no has leído el Quijote? Y ya hay muchos departamentos que no enseñan nada antes de 1900. Para mí eso es nefasto porque todos sabemos, por ejemplo, que García Márquez y Vargas Llosa, por poner dos ejemplos, eson muy modernos, pero derivan totalmente de Cervantes. Ellos conocen a su Cervantes mejor que nadie y sin Cervantes, sin la literatura medieval, sin Góngora, eso no existe. La falta, digamos, de perspectiva, de sentido de lo que es la historia literaria, es lo que me preocupa. Hay gente muy buena, lo veo por las tesis doctorales que se hacen -cada año damos un premio a las mejores y hay cosas muy interesantes. Pero el problema es… que se nos escapa la disciplina.

La diplomacia de la lengua

¿Cómo ve lo que está haciendo España en su proyección internacional -lo referente a la lengua y la cultura, del Instituto Cervantes al trabajo de las Academias, consejerías de educación, etc…?

Yo siempre he pensado que a España le gusta la idea del español fuera, le gusta que haya expertos fuera que trabajen en esto. El esfuerzo que hacemos los hispanistas en todos los países, en Francia, en Polonia -que tiene un auge enorme-, aquí en el Reino Unido, donde todos sabemos que el estudio de las lenguas no es prioritario para nadie… es un esfuerzo muy grande. España debe implicarse como país en eso -convencerse de que el estudio de la lengua y la cultura española fuera es un plus enorme para el país. Creo que instituciones como el Cervantes hacen muchísimo con muy poco, pero si se quieren hacer más cosas hay que gastar, lo siento, pero hay que gastar. No sé si desde el Gobierno, desde los que mandan, se es consciente de la importancia que tiene la proyección cultural de tu país. Y no se puede hacer por lo barato. Creo que se lo tienen que tomar más en serio, porque es algo tan positivo, es un plus tan importante, es el soft power…

Son muy importantes los hispanistas para nosotros -para nuestra cultura. Por lo que dicen, por dónde lo dicen, por el prestigio… En el mundo de lo popular, el español siempre se ha defendido con gran brillantez; lo que nos conviene es academia, edición, traducciones, cátedra…

Pero todo va avanzando que se mata. Decía uno en la embajada el otro lunes que, en cincuenta años, el español va a ser más importante. Lo corregí; le dije: ¿en cincuenta años? ¡en menos de diez! El español va a ser la primera lengua enseñada en Reino Unido dentro de poco tiempo, si es que no lo es ya.

Así es. Ya lo es en la universidad y en muchos tramos escolares.

Y eso parecía impensable hace solo quince o veinte años. Te doy un ejemplo. Van a abrir una escuela cerca de donde yo vivo; la están terminando de montar. Y han tomado la decisión de que la lengua que van a enseñar desde el principio es el español, no el francés. Una vecina mía tiene responsabilidades en la escuela y le comentó a la directora que su vecino era un catedrático, mencionó mi nombre, y a la directora le sonaba. Le pidió si podía ir a la escuela a hablar con los chicos sobre España. Y yo encantado, claro; no tengo: cuando quieran voy a hablarles de España a los niños. Para mí, cosas como esta indican la dirección que están tomando las cosas. Los profesores han tomado la decisión, la han aprobado los padres, y ahí está: la lengua que se enseña, el español.

Como cuando usted tenía trece años. Muchas gracias, don Trevor.

Un placer.