Reina de Inglaterra tras casarse con Enrique VIII, el monarca la despreciaría y la cambiaría años más tarde por Ana Bolena.
D.B.
Mayo 2019
¿Llegaron Arturo Tudor, heredero al trono de Inglaterra, y Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, a consumar su matrimonio? Ese interrogante, estéril tras la repentina muerte del príncipe de Gales en 1502, solo cinco meses después de la boda y a causa de la enfermedad del sudor, adquirió una importancia capital en 1509, al fallecer el rey Enrique VII.
El hermano de Arturo, el futuro Enrique VIII, accedió entonces al trono y decidió que su esposa iba a ser la princesa española viuda, que hasta ese momento había quedado relegada a labores diplomáticas. Tras recibir el enlace el beneplácito del Papa, Catalina de Aragón se convirtió en la reina de Inglaterra, sabiendo manejar con destreza los asuntos de Estado —actuó como regente mientras su marido luchaba contra Francia— como la batalla contra los escoceses en Flodden Field (1513)
Dicho matrimonio sirvió para ratificar la importancia, en el plano de las alianzas, de Catalina de Aragón, un niña que abandonó su hogar a los 15 años para ser reina en un país extranjero, lo que lograría a los 23. «Su tarea consistía en unir su España natal con su país de adopción, Inglaterra. Debía materializarlo engendrando hijos, preferiblemente varones, que no solo llevarían la sangre de los Tudor, sino también la de las casas reales de Castilla y Aragón», cuenta el periodista británico Giles Tremlett en su biografía sobre la monarca.
Su figura regresa a la actualidad ahora que HBO ha estrenado una miniserie, The Spanish Princess, que relata su llegada a la corte inglesa y su adaptación a un país gris, extranjero. Sin demasiado rigor histórico y cayendo en tópicos hispánicos como el de la siesta, la producción relata con exageración todas las maniobras de Catalina para cumplir su misión: sentarse en el trono.
A pesar de la estima que el pueblo inglés siempre mostró hacia ella y la felicidad que en los primeros compases del romance provocó sobre Enrique VIII —»la criatura más bella del mundo», en palabras del rey— la cuestión sucesoria se convirtió en todo un problema: Catalina dio a luz a tres hijos varones, pero o bien nacieron muertos o fallecieron a los pocos días del parto. La única que llegaría a la edad adulta sería María I, más conocida como Bloody Mary.
Pero todo se precipitó tras la aparición de Ana Bolena en la vida de Enrique VIII. El monarca inglés decidió anular su matrimonio con la paradójica justificación de que se había casado con la esposa de su hermano. El papa Clemente VII se negó basándose en la decisión acordada años antes. La respuesta del rey fue romper de forma abrupta con la Iglesia católica y proclamarse jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. El enlace sería finalmente invalidado en mayo de 1533. Catalina, humillada, tuvo que resistir, además, el intento de declarar bastarda a su hija María.
Con el único título de princesa viuda de Gales, la hija de los Reyes Católicos quedó recluida en el castillo de Kimbolton; y no solo eso, sino que también se le prohibió cualquier tipo de contacto con María. Murió el 7 de enero de 1539 a la edad de 50 años, tras una temporada enferma. La persona encargada de embalsamar su cadáver «encontró todos los órganos internos sanos y normales, con excepción del corazón, siendo muy negro y espantoso a la vista».
Si bien en un principio los rumores hablaban de que Catalina había sido envenenada por Ana Bolena, la nueva esposa de Enrique VIII —tendría un total de seis a lo largo de su vida—, o incluso por orden del mismo rey, lo más probable es que la princesa española padeciese un cáncer de corazón. Sin embargo, para los más conspiranoicos, que Bolena sufriese un aborto de un hijo varón en las mismas fechas no fue una simple coincidencia.