Dolores Payás ha presentado su último “artefacto literario” en la Fundación Hispano Británica. La novela, titulada Ultimate Love, describe el nacimiento y progreso de un amor loco entre dos seniors -él, inglés, ella, española- y plantea varias cuestiones que no dejarán indiferente al lector. Desde Hawthornden Castle -retiro escocés para escritores necesitados de silencio y paz-, la autora nos propone unas cuantas reflexiones y otros tantos desafíos. ¿Es viable el amor pasión en la senectud? ¿o mejor optar por un compañerismo que suponga menos riesgo? Y si decidimos apostar y jugar la partida, ¿dónde y con quién? ¿Gentleman inglés versus latín lover?



Abril 2025

Ultimate Love es la crónica de unos amoríos fuera de lo común. El fogoso romance entre un destartalado aristócrata rural del norte de Inglaterra y una traductora gaditana muy plebeya ya sería, de por sí, una rareza. Si a ello le añadimos que entre los dos suman 131 años, entramos de lleno en el reino de la extravagancia. Y de la temeridad. Se supone que las pasiones desatadas, las emociones salvajes y las hormonas fuera de control son turbulencias propias de la juventud. Y no cosa de nuestros mayores, de los que uno esperaría prudencia, sosiego, realismo. Pero nos equivocamos, y mucho. El amor romántico acecha en cualquier esquina de la vida.  Por la simple y sencilla razón de que es una construcción rabiosamente subjetiva, edificada mediante obsesiones y patologías muy íntimas, sedimentos de la personalidad que nos acompañan hasta el fin de nuestros días. 

Y para concluir esta pequeña síntesis te diría que, con todas sus chaladuras, socavones y disfunciones eréctiles, Ultimate Love es una historia redentora y alegre y, a su manera peculiar, también sublime. Redentora porque quienes la protagonizan persiguen sus sueños contra viento y marea. Alegre porque se ríen y disfrutan como locos en el intento. Y sublime, porque la pasión romántica, dondequiera que aparezca, siempre tiene un punto épico. Poco importa nuestra edad. En tanto nos quede un soplo de vida, el amor seguirá siendo el motor más potente de nuestra existencia. 

A mí no me agrada mucho ponerle “categorías” a los artefactos literarios porque de alguna manera reducimos su espectro, los achicamos. Pero vamos a decir que sí, que UL es una novela romántica. Y como a tal podría ser anacrónica, pues todas las historias de amor, del derecho y del revés, ya han sido contadas. Pero en literatura lo importante no es el qué sino el cómo. La voz personal del autor, cómo cuenta su historia. Vivimos una época llena de confusión en la que las emociones colectivas oscilan entre un cinismo totalmente despiadado o, en el otro extremo, un sentimentalismo nauseabundo. En esta tesitura, narrar una historia pasional de senectud sin truculencias ni morbosidades, y sí, en cambio, con veracidad, dignidad, humor y respeto, casi podría definirse como el colmo de la modernidad. Ah, y desde luego, fuera toda cursilería. El amor en la senectud es una bendición y una maravilla, y no tiene ninguna ridiculez “disneyana”.  

Oh, no. La palabra escrita como medio de expresión amorosa ha sido una constante a lo largo de la historia. Otra cosa es qué forma adopte o qué vehículo la transporte. Los amantes de la vida real siempre han utilizado estratagemas para corresponder  y encontrarse en la distancia. Digamos que la paloma mensajera o la saca de correos que viajaban en la diligencia o en la bicicleta del cartero, hoy adoptan la forma de un WhatsApp o un e-mail. Pero la sustancia no deja de ser la misma (te amo, te deseo, y vuelta a lo mismo: no hay nada más repetitivo que el amor, je). La palabra escrita, además, tiene una virtud imbatible. Y es que se queda con nosotros, podemos volver a ella una y otra vez. ¿Cuántas veces no hemos releído una carta o un mensaje de amor? La palabra oral, en cambio, se va con el viento. 

Tengo muchas reservas. Acepto que son herramientas prácticas, muy en especial a unas edades en las que ya no apetece a salir a patrullar por los bares, o cuando se vive en lugares en los que resulta difícil conocer a alguien nuevo. Por otra parte, son deshumanizadoras y crueles per se, pues el hecho de que puedas descartar a alguien -y que te puedan descartar a ti- con tanta ligereza en base a cuatro rasgos superficiales es una brutalidad. Y luego está el tema de la compra y venta de emociones, elección de seres humanos como si fueran productos en estanterías de una tienda. Como concepto, todo esto es también una salvajada. Pero vivimos tiempos salvajes. Y una vez dicho esto, sé de personas a las que les ha funcionado, y bien. Así que… 

Buena pregunta. Pones al descubierto una aparente paradoja que, de hecho, más que paradoja es una trampa, y bastante retorcida, por cierto. Voy a tratar de explicarme. Veamos. Desde todos los medios se nos bombardea constantemente con que al hacernos mayores debemos mantenernos activos, vivarachos, en forma, no bajar la guardia jamás. Y esto se aplica, muy en especial, a las mujeres. La idea general es que los hombres son como el buen vino, mejoran en aroma y sustancia con los años, y nosotras, en cambio, tendemos a avinagrarnos si no algo peor. Por tanto, nuestra obligación es hacer grandes esfuerzos, muy en especial en lo que se refiere a la apariencia física. Se nos dice que la edad es solo un número -que los setenta son los cuarenta de antes, los ochenta los cincuenta y majaderías por el estilo- y que jamás debemos sentirnos viejos o identificarnos como tal. Y para animarnos a asumir esta actitud de alegría perpetua el mercado pone a nuestra disposición toda una batería de productos. Admirable. Cuánto nos quieren, cuánto nos miman. En resumen, bajo el disfraz de la comprensión y la simpatía, lo que en realidad padecemos es una gran presión mediática para que simulemos no envejecer. La vejez ha dejado de ser un proceso natural de la vida (igual que la niñez, la adolescencia), además de una victoria estupenda sobre el tiempo, para convertirse en una etapa humillante, algo así como una vergüenza que debemos esconder. Lo que se nos exige es que nos detengamos en los 50, la madurez, y que permanezcamos ahí -erre que erre- hasta casi los 80, cuando ya es hora de irse al hoyo. Hablando en plata, nos están escatimando una etapa de la vida que es bella, libre, interesante y en la que podemos gozar de la vida sin trabas ni obligaciones. Así las cosas, ¿Cómo va a tomarse en serio el amor en la senectud? Si ni siquiera somos capaces de proclamar, de modo asertivo, que envejecemos… 

Lo es, pero no por las razones que dictaría la convención. Yo creo que la dificultad no reside tanto en encontrar el amor, sino en conseguir un encaje que funcione, aunque sea a corto o medio plazo. Tenemos biografías largas y muy trabajadas, nuestros mundos están ya muy construidos, y apenas hay margen para crecer juntos, eso que hacen las parejas jóvenes. Significa que la química y el entendimiento deben brotar con espontaneidad, debe haber una armonía natural a priori. Por otra parte, nuestro nivel de exigencia es también más alto. No somos conformistas. Queremos relaciones de calidad. 

En general, y en lo que respecta a las formas, los varones ingleses suelen ser menos machistas que los latinos. La razón es histórica: sus madres y abuelas ya eran mujeres independientes, liberadas. En las escuelas inglesas se estudia el movimiento sufragista femenino, buena manera de conseguir que los chicos aprendan a respetar y a valorar a las mujeres desde niños. Todo esto se traduce en la vida diaria, y, desde luego, en la cama y en las relaciones sexuales. El latín lover será más impetuoso y fogoso y todo lo que se quiera, pero mi gentleman inglés se interesa por el placer de su compañera. Explora su cuerpo, busca la manera de hacerla feliz en la cama. Y esto es impagable, sobre todo a ciertas edades. La voluptuosidad y el tempo lento son el privilegio de los seniors, algo que los hombres inteligentes saben bien, y se lo trabajan. Ganancia para nosotras, las mujeres.  

Hacía años que le tenía ganas al tema, pero no sabía muy bien cómo quería hablar del amor, y de qué clase de amor, y en qué etapa de la vida. Una experiencia personal me sirvió de punto de partida e inspiración (aunque, ojo, Ultimate Love es una ficción). Me puse a reflexionar. Julieta tenía trece años, Romeo, poco más. Que murieran de amor no tiene ningún mérito, es atribuible a una batería de hormonas funcionando a todo gas. Química pura, no tuvieron que poner demasiado de su parte. Pero ¿qué pasa cuando las hormonas se han derrumbado? ¿Somos entonces capaces de amar con la misma intensidad? (no hace falta morirse, por supuesto). Y yo digo que sí, definitivamente, sí. Y lo demuestro en esta novela, donde la hazaña de sus dos protagonistas es conseguir amar con locura juvenil, pero navegando a contracorriente, sin la ayuda del impulso biológico. Y eso porque en las personas de valía e inteligencia Eros habita en el cerebro. Cualquier mente activa e imaginativa es capaz de levantar la magnífica construcción del deseo solo con las armas de su fantasía y capacidad creativa. También he querido reivindicar la pasión como un territorio sin fronteras temporales. Pasada la edad reproductiva y de crianza común de los hijos, el amor ya no responde a ningún propósito práctico, es solo una finalidad en sí mismo. Disfrutar, disfrutarse, nada más. El amor en la vejez es pura maravilla. Un regalo extra de la vida, y los regalos deben aceptarse con generosidad, sin remilgos. 

Los títulos de los libros siempre son un quebradero de cabeza y el caso que nos ocupa no fue una excepción. Mi editora, mis agentes y yo casi nos volvimos locas. La idea general es que el título debe reflejar lo que el lector va a encontrar en las páginas del libro. Y no dábamos con ello, no en español. Barajamos “Romance”, pero era en exceso difuso, y “Último amor” tampoco funcionaba. Sucede que en el amor romántico no existe un último amor, porque quien es adicto al amor romántico siempre espera y busca el siguiente, creyendo que éste será, por fin, y una vez más, el definitivo (los monógamos en serie suelen ser grandes románticos). Y ahí es donde se nos ocurrió que la palabra exacta para definir esto era “ULTIMATE”, que no tiene traducción exacta al español. ”Ultimate” es el no va más, lo mejor, lo definitivo. Tras ponderarlo, decidimos arriesgarnos a poner el título en inglés. Dado que la novela transcurre en gran parte en Inglaterra y su protagonista masculino es inglés, esperamos que el lector nos perdone esta pequeña afectación por nuestra parte. 

Inglaterra es mi patria literaria, una elección que comenzó de modo inconsciente en mi infancia, y que luego he ido alimentando a lo largo de mis años de lectora, escritora, traductora. Fui una lectora voraz desde muy niña, y en la biblioteca familiar había estanterías llenas de libros juveniles escritos por autores ingleses, hombres y mujeres. Mi primer gran amor literario fue William Brown (Richmal Crompton), lo sigo adorando, es el héroe más divertido y anárquico que ha dado la literatura juvenil de todos los tiempos. Luego vinieron muchos más, por supuesto. Y también con el tiempo mi conocimiento del inglés se ha ido enriqueciendo, con lo que pude prescindir de las traducciones para leer en versión original. Un placer inconmensurable. El inglés -junto con el español- es mi lengua favorita. Es un idioma fascinante, lleno de trampas y emboscadas complejas que, además de ser impronunciable, se comporta de modo notablemente irracional. Supone siempre un gran desafío cuando me enfrento a una traducción (Dickens, por ejemplo, mi último trabajo). Y a mí me estimulan los desafíos. 

Soy radicalmente aristotélica, jamás utilizo la palabra espiritual. Pero es cierto, sí, me voy de retiro literario. Mejor dicho, ya estoy en él. Una Fundación, creada por un benefactor que siente flaqueza por los escritores, me ha concedido una fellowship para vivir un mes clausurada en un castillo escocés con otros cuatro escritores, tan chiflados como yo misma.  Vamos a pasar un mes entero bajo el mismo techo, escribiendo en un régimen casi monacal. Desayuno, whisky frente a la chimenea y cena comunales, el resto, silencio y trabajo, y paseos el que quiera. Las habitaciones tienen todas nombres de escritores y a mediodía nos dejan una cesta con el lunch en la puerta. El castillo es vetusto y bello, los alrededores arrebatadores (hablando de romanticismo…). Llevo pocos días aquí, pero ya sé, a ciencia cierta, que esta va a ser una experiencia inolvidable. Como vivir en el interior de un sueño, la idea que yo tengo del cielo. Y ¡de la felicidad!