UN DESCUBRIMIENTO CASUAL
Uno de los santos más famosos de Inglaterra es también uno de los que más misterios sigue escondiendo a día de hoy… y de quien se ha hallado un libro que se creía desaparecido
Rubén Rodríguez
Enero 2021
Thomas Becket es, con casi total seguridad, una de las personalidades de la Edad Media sobre la que más historias se han escrito. Conocido también como Tomás de Canterbury, fue un religioso inglés que entró en conflicto directo con el rey Enrique II por la defensa de los intereses de la Iglesia Católica inglesa. La defensa de sus ideales y de sus preceptos provocó que el monarca ordenará su ejecución, después de verse obligado a huir de Inglaterra y tras su posterior regreso que apuntaba a un inicio de reconciliación. Ahora, varios expertos creen haber encontrado una de sus reliquias perdidas.
Tras varios años defendiendo los principios de su Iglesia, Becket tuvo que afrontar un juicio promovido por el propìo Enrique II, enfrentándose a los cargos de oposición a la autoridad real y abuso de su cargo de canciller. De esta manera, fue recluido en el castillo Northampton a la espera de la vista pero, con el paso de los días, las acusaciones eran cada vez más y más graves, ante lo que Becket entendió que lo que estaba en juego era su propia vida. Así, el 14 de octubre de 1164, aprovechó una puerta abierta en el castillo para huir y escapar de ese juicio que, a todas luces, buscaba que Enrique II se hiciera con el mando de la Iglesia.
Tras pasar por varias ciudades inglesas, terminaría llegando a la Abadía de San Bertín, cerca de Calais, en Francia. Una vez allí, sintiéndose a salvo, decidió mandar a uno de sus más fieles seguidores, Herbert de Bosham, a Canterbury: ¿el motivo? Recoger todos los objetos de valor posibles que hubiera dejado allí. Y, curiosamente, todos los escritos señalan que en esa petición Thomas Beckett solicitó a su fiel erudito que recuperara un pequeño librito, del que no hace alusión a su título, pero del que se da por hecho que ambos saben de cuál se trata exactamente.
Esta historia, contada durante muchos siglos, quedó en el más absoluto olvido muchos años. Sería en 2014 cuando un encuentro casual iba a reavivar esta historia: el doctor Christopher de Hamel, por aquel entonces bibliotecario de uno de los colegios de la Universidad de Cambridge, tenía una cita con el doctor Eyal Poleg, uno de los grandes expertos de historia medieval, según explica ‘BBC’. En aquella conversación, hablaban de la extrañeza de que los libros de los santos no fueron considerados como reliquias sagradas y, en ese momento, una idea surgió: ¿y si un libro concreto fuera la excepción?
Poleg aseguró a De Hamel que tenía conocimiento de un libro de Thomas Becket que era considerado una reliquia, pero que nunca había aparecido. Al decir esas palabras, De Hamel recordó que en su colección de libros de la Universidad de Cambridge existía un escrito que se le atribuya al santo, pero que siempre había sido considerado falso. Ambos partieron en dirección a la biblioteca, con la intención de encontrar ese libro y estudiar si, efectivamente, se trataba de la reliquia perdida. Cuál fue su sorpresa cuando descubrieron que podría tener sentido.
Existían varios motivos que habían hecho dudar de la veracidad de este libro. El principal estaba directamente relacionado con el hecho de que no apareciera en el inventario de manuscritos de la catedral del siglo XIV, del que formaban parte todos los libros que fueron de Becket; el segundo, la ausencia de encuadernación en plata dorada y con joyas, habitual de este tipo de documentos; el tercero, la ausencia de la página inicial en el que se indicaba a quién pertenecía al libro; el cuarto, una página final que parecía no tener demasiado sentido.
Un descubrimiento único
Cuando Poleg y De Hamel empezaron a investigar, pronto encontraron una respuesta a todas estas incógnitas: no aparecía en el inventario porque este libro no fue guardado con los otros manuscritos, ya que De Bosham consiguió hacerse con él y el propio Becket habría sido enterrado con el manuscrito; la encuadernación podría haber sido arrancada durante la Reforma; de igual manera, la página inicial habría sido arrancada por el propio santo para impedir que se le reconociera en Francia, donde utilizó el sobrenombre de hermano Christian; y, entonces, la última página cobraba sentido.
Esa nota decía lo siguiente: «Este salterio, en tablas de plata dorada y decorado con joyas, fue una vez de N, arzobispo de Canterbury y finalmente llegó a manos de Thomas Becket, difunto arzobispo de Canterbury, tal y como se refleja en la vieja inscripción», escrito en perfecto latín. El problema era que no existía ningún arzobispo que comenzara por N. Entonces, De Hamel tuvo una idea: ¿y si, en vez de una N fuera la famosa combinación AE medieval? En ese momento, Descubrió que los arzobispos previos a Becket comenzaban por estas letras: Aelfric y Aelfheah, también conocido como San Alphege. Cuál fue la sorpresa de los expertos cuando descubrieron que San Alphege era un icono para Becket.
Según registros de la época, el último sermón de Becket, el día de Navidad de 1170, fue sobre la muerte de San Alphege. Y, pocos días después, cuando fue asesinado, sus últimas palabras fueron para consagrar su alma al cuidado de San Alphege. Ahora, nueve siglos después, De Hamel cuenta su descubrimiento en ‘El libro en la catedral: la última reliquia de Thomas Becket’. Uno de los grandes tesoros de la Edad Media que se creían perdidos para siempre y que fue cuidado por Santo Tomás de Canterbury hasta los últimos días de su vida.